Los aliagares de Navatejera

 

 Floración de un aliagar en abril. Navatejera 2024.

Ya es primavera en los campos de Navatejera, la estación del renacimiento de la naturaleza: aumento de las temperaturas, el deshielo, la floración de las plantas, el despertar de los animales, el regreso de las especies migratorias, el crecimiento de los sembrados… en otras palabras, la renovación de la vida animal y vegetal.

En este mes de abril comienza la floración de alguna de las especies de plantas más representativas de nuestro campo, de entre todas ellas destaca la aulaga, más conocida en esta tierra por “aliaga”. Esta planta tan llamativa prolifera en nuestro campo formando corros (aliagares) fuertes y vigorosos, protegiendo el suelo estéril tanto del calor abrasador del verano como de las fuertes heladas de invierno.

Es sin ninguna duda una de las plantas más familiares que nos podemos encontrar en el campo de Navatejera, aunque no de las más estimadas. Ella en principio tampoco se hace mucho de querer. Algo deforme y tremendamente pinchuda, forma corros intransitables que te deshacen la piel de las piernas, las espinas son como punzones rectos y fuertes que te atraviesan el pantalón por muy recio que este sea. Eso lo saben bien los cazadores cuando tienen que adentrarse en estos corros detrás de perdices y liebres, refugio predilecto de estos animales.

La aliaga en plena floración.

Fuera del periodo de florescencia, siempre aparece oscura, agresiva y triste, hasta que un día de principios de primavera estalla en una apoteósica e impresionante floración dorada. El sucio y viejo tono negruzco desaparece para dar paso a un espectacular amarillo bellísimo, cegador bajo el sol de abril y mayo. 

Las flores aparecen normalmente en grupos pequeños y cubren toda la planta en una densa masa compacta. El fruto es una legumbre como la de las judías, aplastada con los bordes más gruesos que se marcan perfectamente en la vaina. La fea y retorcida “aliaga” apegada siempre a terrenos pobres, se vuelve hermosa, se eleva sobre el paisaje y se adueña de la luz del cielo. La agresividad de las puntas afiladas se vuelve dulzura entre los suaves y delicados pétalos de sus flores.


Un aliagar de Navatejera en plena floración. Abril 2024.

Un aliagar antes y después de la floración. Su aspecto oscuro, agresivo y triste resulta poco llamativo para el paseante, pero beneficioso para el campo y los animales salvajes. Marzo 2025.

Cerros y laderas convertidas en aliagares. Marzo 2025.

Este “matojo” tan desagradable para la vista (fuera del tiempo de floración), es el mayor benefactor en la regeneración del campo de Navatejera casi desertizado por el excesivo pastoreo al que fue sometido no hace mucho tiempo. Antaño, estos cerros estaban pelados y tras las lluvias de primavera y otoño nacía un pasto de herbáceas, base nutritiva de los numerosos rebaños de ovejas. Tradicionalmente, los pastores la aborrecían, la quemaban para que el pastizal no se transformara en monte y se perdiera el pasto.

Antes de la mecanización de la agricultura, muchas laderas y cerros se labraban con mulas y arados romanos. Cuando los animales fueron escaseando y se dejaron de cultivar las estériles pendientes pedregosas, muchas de estas tierras se convirtieron en aliagares como los que muestro en estas fotografías, formando una alfombra inhóspita e intransitable para el caminante, pero regeneradora de la tierra como si se tratara de un paño balsámico y medicinal para la piel herida de un leproso.

Porque la “aliaga” querido lector tiene poderes extraordinarios: enriquece la tierra, toma el nitrógeno del aire y lo fija al suelo, por eso la “aliaga” no necesita terrenos abonados, el abono ya lo pone ella. La “aliaga” alimenta la tierra famélica, la previene de las fuertes heladas de invierno y del abrasador sol del verano, y lo que es aún más importante, la previene de la desertización y la acondiciona para futuras plantas. Luego ella se retira generosamente dejando el puesto a espliegos, escaramujos, majuelos, carrascas, robles, encinas… de otra manera estos cerros y laderas quedarían como el desierto de Tabernas en Almería, áridos donde los haya. Así de generosa es la “aliaga”.

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