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Paseos de verano por el campo. 🌞

Un paseo por el campo de Navatejera en verano es como una caricia que te hace sentir vivo. Es un lienzo vibrante, pintado de intensos y brillantes colores que despiertan el alma: el dorado del sol que se derrama al atardecer sobre los campos de cereales, el azul profundo del cielo al mediodía, los colores vibrantes de las plantas que bailan al compás del viento…

Cada fragancia, cada roce de calor, constituye una invitación a visitar el campo, a sumergir los pies en la hierba fresca del prado bajo la sombra de un árbol, a cerrar los ojos y permitir que el mundo se desplace a través de los sentidos: a percibir el aroma de las plantas, el canto de los pájaros, ese coro incesante que vibra en el aire, libre y salvaje, a respirar el aire puro y fresco de la montaña… 

Respira hondo, deja que esos olores y otros muchos se aferren en el ahora, deja que te recuerden, que tu corazón aún palpita, que este instante es tuyo y de nadie más.

Flores silvestres. Navatejera, verano 2025.

 
El campo de Navatejera en verano, tiene un perfume que no se olvida tan fácilmente, una fragancia que se cuela en lo más profundo de la memoria y allí se queda aguardando como un tesoro para cuando los días se tornen fríos y oscuros. Ese aroma de los pinos, mezclado con la fragancia del tomillo y el romero, es un recordatorio de que la vida del campo, en su esencia, es fluir, es cambio constante.

El calor del verano no es solo una sensación, es un compañero que se posa sobre los hombros como una manta ligera de algodón, te envuelve y te ralentiza, a veces pesa algo, sí, pero también enseña. Ese calor te pide pausa, te susurra, que no corras, que descanses, que refresques tu garganta con el agua clara de la fuente, que mires el cielo, tan azul que parece infinito, tan vasto que disuelve las preocupaciones en su inmensidad. Mira las flores silvestres que se alzan valientes bajo el sol abrasador, como si dijeran: “aquí estamos, brillando a pesar de todo”. Ese calor, esa luz, son un espejo de nuestra propia resiliencia. Cuando sientas que el invierno te enfría el alma, recuerda ese calor, esa chispa que llevas dentro, y deja que te abrigue.

La fuente de agua clara.

Estas pequeñas cosas, tan simples, pero profundas, son un refugio donde las preocupaciones se diluyen y solo queda la certeza de que estás vivo, respirando, sintiendo… Prueba a dar un paseo por el campo en verano, nada pierdes, pero todo cambia si dejas que resuenen en lo más profundo de tu ser. Así que vive esta hermosa estación con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto para sentirlo todo. Deja que el azul del cielo te envuelva, que los colores de las plantas te fascinen, que los olores te llenen. Toca la corteza rugosa de un pino centenario, siente su historia bajo tus dedos, y cuando el frío llegue, cuando los días se acorten, recuerda esos paseos de verano.

La centenera, bajo la inmensidad de un cielo azul celeste. Navatejera, verano 2025.

"¡Buen pan hay!, ¡buen pan hay!"...


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Pas— pa- llás, pas— pa- llás…

Un paseo por el campo de Navatejera en julio para ver animales es casi como un recorrido a ciegas. Con el oído percibimos la presencia de las aves, los anfibios y los insectos, pero todos ellos, y no digamos los conejos y las liebres, tienen una frustrante resistencia a dejarse ver, y eso es precisamente lo que sucede durante los primeros días de julio, vemos el paisaje y escuchamos la actividad de la fauna, pero nada más.

Los campos de centeno y trigo, el monte de hayas y robles, y los pinos centenarios, suenan al caer de una tarde de verano. En el suelo, entre los tallos espigados del cereal, entre las gramíneas, no se ve a nadie, pero por ahí ajea alguna perdiz, rebullen los grillos, las abejas y los saltamontes. En las copas de los árboles, ahora frondosos, cantan invisibles abubillas, trigueros y currucas, entre otra gente emplumada.

Hacia poniente, la luz de la tarde es rojiza y cálida, tanto que los pinos parecen teñidos de rojo y las nubes, a contraluz, parecen tintadas. Pero si giramos la vista hacia el este, los colores del cielo son azules, fríos; como fría es la luz de la luna que asoma tras las montañas. Sin embargo, a medida que se apaga la luz, el paisaje sonoro recibe un nuevo impulso. Un cuco señala que es la hora del cambio de guardia, justo cuando los mochuelos llaman desde lo más profundo del pinar y los grillos redoblan sus esfuerzos por hacerse oír.

Entretanto, ocultas entre las hierbas altas de los regatos y en las centeneras, tanto a la luz caliente del sol de la tarde como bajo el halo de la luna, las codornices, las poquísimas que aún llegan para anidar en estas tierras, anuncian la buena cosecha de este año con su triple nota melódica— ¡buen pan hay!, ¡buen pan hay!, parecen querer decir—. Aquí y allá, indiferentes a los insecticidas que exterminan su comida o las máquinas cosechadoras que en unos días les segarán su mundo oculto. Las codornices cantan desde el centeno, “¡buen pan hay!” … 


“¡Buen pan hay!, ¡buen pan hay!” …

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 La hora del cambio 

El cuco señala la hora del cambio de guardia.
  

La retama (escoba). Campo de Navatejera, mayo 2025

En el mes de mayo, y sobre todo junio y julio, el campo se tiñe de color amarillo con el esplendor de la retama que, junto con el tomillo, la aulaga y la romerina es otra de las plantas autóctonas más representativas del campo de Navatejera.

Espectacular floración primaveral de la retama. Navatejera, mayo 2025.

La retama, más conocida en Navatejera por “escoba” o “escoba de flor amarilla”, es un arbusto ramificado que puede alcanzar fácilmente los dos metros de altura. Florece de mayo a julio y después de la floración sus ramas se quedan verdes el resto del año. 

La floración de la retama es muy espectacular, de un color oro bellísimo. Su fruto se encuentra dentro de una vaina de color verde con pelos a lo largo de la costura, de unos dos o tres centímetros de larga, pero a medida que madura se vuelve marrón oscuro. El fruto son cinco o seis semillas aplanadas, de color pardo.

La retama es una planta que en la mayoría de los casos pasa desapercibida, pues estamos tan acostumbrados a verla por carreteras y autopistas, que no nos paramos a pensar en todas sus cualidades.

La retama en plena floración. Navatejera mayo 2025

 Sabíamos que se usaba para hacer escobas, para barrer patios y cuadras de ganados (de ahí su nombre popular), para hacer cuerdas con la corteza de sus ramas, como reemplazo de los techos de paja en pallozas y majadas, también como combustible de hornos y como cama para el ganado… La retama tiene tantos usos que es una planta muy, pero que muy beneficiosa, no solamente como ornamento, sino también como remedio natural para la salud y para el medio ambiente.

¿Sabías que esta planta se utiliza para la recuperación de suelos degradados, por la capacidad que tiene para fijar en el suelo el nitrógeno de la atmósfera? También se utiliza para la estabilización de taludes, por eso es frecuente encontrarla en las márgenes de carreteras y autopistas.

Si tienes problemas de riñón, diabetes, caída de cabello, hemorroides o quieres adelgazar… esta es tu planta, sin olvidar que la miel de la retama combate muy eficazmente dolencias de garganta como inflamación, faringitis, laringitis, etc.

Además de todo eso, la retama simboliza el cambio y la transformación. Sus bellas flores amarillas representan un emblema de felicidad, optimismo y renovación.

La retama y el tomillo, dos de las plantas más representativas del campo de Navatejera. Mayo 2025

El tomillo en plena floración. Navatejera, mayo 2025

La exaltación del colorido de la retama, junto con el tomillo, la aulaga, la romerina y cien plantas más, hace que ni el pintor ni el músico, ni tan siquiera el poeta, sepan expresar la gran belleza que nos ofrecen cada primavera estas plantas autóctonas del campo de Navatejera.
 

Primavera en el campo de Navatejera. Mayo 2025

Las amapolas relucen y avasallan la vista con sus delicados pétalos color escarlata. Navatejera, mayo 2025

Los tomillos deslumbran con el morado violeta de sus flores. Navatejera, mayo 2025

El tomillo es otra de las plantas más representativas del campo de Navatejera. Sin embargo, está mal considerado, pues es indicativo de suelos pobres poco productivos. La flor del tomillo crece en espiga con forma cilíndrica rematada con un penacho de color morado que realza de forma espectacular nuestro campo en primavera.

El tomillo es una planta aromática, toda la planta desprende un olor fuerte y agradable, especialmente después de recibir unas gotas de lluvia. Es además una planta de gran atracción para los insectos polinizadores. Un manjar la miel de tomillo.

Albores primaverales en Navatejera

La Vallina de Navatejera. Mayo 2025.

Durante los meses de marzo y abril, y muy especialmente mayo y junio, el campo de Navatejera experimenta una transformación y se tiñe de diversos colores, adquiriendo una tonalidad amarilla con el esplendor de las escobas, aulagas y narcisos. Las amapolas relucen entre los trigales y avasallan la vista con sus delicados pétalos color escarlata. Los tomillos deslumbran con su penacho de flor color violeta, y un sinfín de pequeñas plantas como las margaritas con su corola blanca y amarilla o el trébol de pétalos rosados, dan vida y color a un campo que, junto con pinares, robledales y encinares forman una vegetación autóctona y configuran un paisaje digno de admirar.

El tomillo es una de las plantas más representativas del campo de Navatejera, sin embargo, está mal considerado, pues es indicativo de suelos pobres poco productivos. La flor, en espiga, tiene una forma cilíndrica rematada con un penacho de color morado que realza de forma impresionante los campos en primavera. El tomillo es una planta aromática, toda la planta desprende un olor fuerte y agradable, especialmente después de recibir unas gotas de lluvia. Es además una planta de gran atracción para los insectos polinizadores, un manjar, la miel de tomillo.

El rojo escarlata de las amapolas rompiendo los trigales antes de que las espigas estén listas para ser recogidas.

Durante los albores primaverales, cuando la vegetación crece exuberante, la exaltación de colorido en el campo de Navatejera hace que ni el músico, ni el pintor, ni tan siquiera el poeta, sepan expresar la gran belleza que atesora esta tierra de barbechos, sembrados y baldíos. Yo desde luego no encuentro palabras para describir tanta hermosura, solamente puedo mostrar esa belleza con algunas fotografías y recomendar en esta época primaveral su visita, seguro que las piernas lo agradecerán, pero sobre todo la vista y el olfato.

Retamas, tomillos, jaras, gramíneas y cien plantas más, se entremezclan formando un auténtico manto vegetal digno de la paleta del mejor pintor. Junio 2024.


Mira como se alimentan las cigüeñas al paso del tractor que está preparando la tierra para la próxima campaña.

El escribano, el tenor del campo de Navatejera en los meses de marzo y abril

El escribano

 Si sales a pasear estos días por el campo, es fácil que te acompañe el canto del escribano, Su canturreo en los días soleados de marzo y abril nos anuncia la llegada de la primavera.

El escribano, el gran tenor del campo de Navatejera en los meses de marzo y abril, es un pájaro muy cantarín, su trino es algo machacón, pero inconfundible que, desde lo alto de un majano, una alambrada o un arbusto, repite incansablemente.

Su plumaje no destaca precisamente por su colorido, pero su canto nos trae a la memoria los paisajes de campiña en los que los barbechos y sembrados dominan el paisaje del campo de Navatejera.

Unos prismáticos te ayudarán a disfrutar de su visión. 

Escucha su canto. y mira el video como se baña. 🐦 


Entre barbechos y sembrados. Abril 2025.


Mira el video de un agricultor en el campo de Navatejera preparando la tierra para la próxima campiña y como se aprovechan las cigüeñas que le acompañan para alimentarse de insectos y pequeños mamíferos que salen a la luz tras ser descubiertos por el efecto del arado. Abril 2025.

Sembrados y barbechos es el paisaje predominante en el campo de Navatejera. Abril 2025.

Este año 2025 ha sido generoso en lluvias, y se nota como el campo y especialmente los sembrados lo agradecen. Abril 2025. 



Los aliagares de Navatejera

 

 Floración de un aliagar en abril. Navatejera 2024.

Ya es primavera en los campos de Navatejera, la estación del renacimiento de la naturaleza: aumento de las temperaturas, el deshielo, la floración de las plantas, el despertar de los animales, el regreso de las especies migratorias, el crecimiento de los sembrados… en otras palabras, la renovación de la vida animal y vegetal.

En este mes de abril comienza la floración de alguna de las especies de plantas más representativas de nuestro campo, de entre todas ellas destaca la aulaga, más conocida en esta tierra por “aliaga”. Esta planta tan llamativa prolifera en nuestro campo formando corros (aliagares) fuertes y vigorosos, protegiendo el suelo estéril tanto del calor abrasador del verano como de las fuertes heladas de invierno.

Es sin ninguna duda una de las plantas más familiares que nos podemos encontrar en el campo de Navatejera, aunque no de las más estimadas. Ella en principio tampoco se hace mucho de querer. Algo deforme y tremendamente pinchuda, forma corros intransitables que te deshacen la piel de las piernas, las espinas son como punzones rectos y fuertes que te atraviesan el pantalón por muy recio que este sea. Eso lo saben bien los cazadores cuando tienen que adentrarse en estos corros detrás de perdices y liebres, refugio predilecto de estos animales.

La aliaga en plena floración.

Fuera del periodo de florescencia, siempre aparece oscura, agresiva y triste, hasta que un día de principios de primavera estalla en una apoteósica e impresionante floración dorada. El sucio y viejo tono negruzco desaparece para dar paso a un espectacular amarillo bellísimo, cegador bajo el sol de abril y mayo. 

Las flores aparecen normalmente en grupos pequeños y cubren toda la planta en una densa masa compacta. El fruto es una legumbre como la de las judías, aplastada con los bordes más gruesos que se marcan perfectamente en la vaina. La fea y retorcida “aliaga” apegada siempre a terrenos pobres, se vuelve hermosa, se eleva sobre el paisaje y se adueña de la luz del cielo. La agresividad de las puntas afiladas se vuelve dulzura entre los suaves y delicados pétalos de sus flores.


Un aliagar de Navatejera en plena floración. Abril 2024.

Un aliagar antes y después de la floración. Su aspecto oscuro, agresivo y triste resulta poco llamativo para el paseante, pero beneficioso para el campo y los animales salvajes. Marzo 2025.

Cerros y laderas convertidas en aliagares. Marzo 2025.

Este “matojo” tan desagradable para la vista (fuera del tiempo de floración), es el mayor benefactor en la regeneración del campo de Navatejera casi desertizado por el excesivo pastoreo al que fue sometido no hace mucho tiempo. Antaño, estos cerros estaban pelados y tras las lluvias de primavera y otoño nacía un pasto de herbáceas, base nutritiva de los numerosos rebaños de ovejas. Tradicionalmente, los pastores la aborrecían, la quemaban para que el pastizal no se transformara en monte y se perdiera el pasto.

Antes de la mecanización de la agricultura, muchas laderas y cerros se labraban con mulas y arados romanos. Cuando los animales fueron escaseando y se dejaron de cultivar las estériles pendientes pedregosas, muchas de estas tierras se convirtieron en aliagares como los que muestro en estas fotografías, formando una alfombra inhóspita e intransitable para el caminante, pero regeneradora de la tierra como si se tratara de un paño balsámico y medicinal para la piel herida de un leproso.

Porque la “aliaga” querido lector tiene poderes extraordinarios: enriquece la tierra, toma el nitrógeno del aire y lo fija al suelo, por eso la “aliaga” no necesita terrenos abonados, el abono ya lo pone ella. La “aliaga” alimenta la tierra famélica, la previene de las fuertes heladas de invierno y del abrasador sol del verano, y lo que es aún más importante, la previene de la desertización y la acondiciona para futuras plantas. Luego ella se retira generosamente dejando el puesto a espliegos, escaramujos, majuelos, carrascas, robles, encinas… de otra manera estos cerros y laderas quedarían como el desierto de Tabernas en Almería, áridos donde los haya. Así de generosa es la “aliaga”.

Enero en los campos de Navatejera.

Ya es invierno.

Ya es invierno, un silencio matizado se extiende sobre el campo de Navatejera, matizado por algunas voces casi imperceptibles: el trino agudo de un zarcero, la llamada repetida de un petirrojo reivindicando su parcela, los silbidos de un carbonero garrapinos, la áspera protesta de un inquieto zarcero en busca de comida… Y frente al silencio blanco nunca faltan los graznidos broncos y ásperos de cornejas y urracas como jirones de voces desgarradas envueltas en la niebla: Kraar-kraar-kraar.

Pero contra la quietud gélida de la atmósfera, a ratos destacan otros crepitares: gimotean los robles cargados de escarcha todavía con las últimas hojas adheridas a sus ramas. Ráfagas de viento balancean las copas de los pinos y de cada uno de ellos extrae un rumor diferente, y en el valle se quejan los chopos más viejos a merced del gélido viento del norte. Y poco más, tal vez los ladridos lejanos de un zorro solitario o el chirrido ronco de una lechuza deambulando de árbol en árbol a la espera de que anochezca para comenzar su cacería diaria y sorprender a sus presas en la oscuridad. 

A medida que cae la tarde, un rumor sordo formado por el viento, el murmullo del campo helado y las pocas aguas que corren libres por los regatos me indican que es hora de volver a casa, de cerrar las puertas y encender la calefacción… si no está ya encendida. Sigue leyendo en este enlace:https://navatejeramipueblo.blogspot.com/2024/01/invierno-en-navatejera.html

La voz del campo de Navatejera en otoño. 🍂

Ya es otoño en los campos de Navatejera, ese largo descanso que se toman los árboles después de habernos brindado sombra y frescor durante el caluroso verano, regalándonos todo un largo festival de evolutiva coloración y la coreografía de las hojas al desprenderse de las ramas y caer al suelo hasta su desnudo total.

El presente otoño, aunque algo más lluvioso que el anterior, no puede ser más limpio y bonancible. Es un otoño de libro, el prototipo de otoño en esta zona de la geografía leonesa: lluvias abundantes en la primera quincena de octubre, luego cielos rasos al atardecer, heladas nocturnas suaves y un centro del día soleado y piadoso que permite pasear en mangas de camisa.

Completa esta estampa bucólica, la tranquilidad del tiempo de finales de octubre, sereno y fino, que posibilita a su vez escuchar de una ladera a otra el canto de las aves y percibir los aromas agradables de setas y hongos.

Otoño en el campo de Navatejera.

En efecto, me agrada el otoño, una época de grandes cambios en la naturaleza, sobre todo la espectacular transformación del campo de Navatejera, que como ya me conoce, parece querer darme la bienvenida con el nuevo atuendo otoñal pardo cobrizo, acompañado de los trinos y gorjeos de una alondra suspendida en el cielo aleteando frenéticamente, regando con su canto los sembrados como una lluvia fina de primavera.

Pero en estas tierras ásperas y desabrigadas, ahora sin espigas ni paja, no solo se oye el canto de la alondra, hay más gente emplumada que vive en estas tierras pardas. A la luz dorada del atardecer de un día de finales de octubre, el campo se anima por seguiriyas. Desde un terrón aislado de un barbecho chilla una calandria con voz retorcida reclamando la propiedad de una parcela, y desde un lindero, en lo alto de un mojón de piedras sueltas, reclama un triguero entrelazando su canto explosivo con los gorjeos de una tropilla de jilgueros que se alimenta en torno a unos cardos borriqueros al borde del camino.

Barbechos en los campos cerealistas de Navatejera en un atardecer dorado de octubre.

Con el frescor del crepúsculo, cuando los dorados rayos empiezan a ocultarse detrás del monte agreste, a esa hora en que la naturaleza empieza a adormecerse y la brisa olorosa y tibia se torna húmeda y seca, poco antes del parón obligado, toda la comunidad forestal se explaya por bulerías. Desde una encina añosa, dos arrendajos, incapaces de pasar desapercibidos, dedican la caída de la tarde a interminables regañinas con gritos y parloteos que solo concluyen cuando uno de ellos se da por vencido. Y desde un rodal de robles melojos, se oyen los últimos zureos de las torcaces entremezclados con los arrullos de algunas bravías antes de trasladarse a los dormideros. 

Ya con el sol en el ocaso, entre los terrones aristados de una tierra recién arada, se escuchan los últimos gorjeos de una terrera a punto de regresar a su área de invernada en África. Y desde la lejanía, se divisa la silueta de dos milanos reales flotando sobre las copas de los árboles más altos de un chopal, mientras aletean y silban agresivamente encaprichados por la misma copa, como si les fuera la vida en descansar sobre un determinado posadero. 

Entre tanto, los bulliciosos pardales van rellenando el atardecer dorado con ruidosas concentraciones para pasar la noche en torno a una higuera. Pero los gorriones y arrendajos, no son los únicos alborotadores de la tardecita, puestos hacer ruido, ni tordos ni urracas se quedan atrás. Todos los atardeceres, en una frondosa arboleda, cerca de las casas del pueblo, hay una batalla vocal de graznidos destemplados y ásperos por el derecho a posarse en una determinada rama. Y no será por falta de espacio… digo yo.

Más tarde, ya entre dos luces, a esa hora en que la vista da paso al oído, un graznido en lontananza dibuja el horizonte, media docena de pegas se despiden del día dirigiéndose a sus dormideros en la floresta colindante con el parque de Valdeiglesia. Mientras tanto, desde lo más profundo de un viejo pinar, se escucha el canto inconfundible del cárabo, dando la bienvenida a la creciente oscuridad con un ulular profundo y lastimero. Y desde un erial moteado de aulagas y tomillos, las pocas perdices que van quedando esparcen sus cloqueos para reunir el bando y emprender juntas el vuelo hacia un lugar seguro donde pasar la noche, tal vez entre los cavones de algún barbecho o las pajas de un rispión.

Contraste de luces y sombras en un atardecer dorado de octubre en el campo de Navatejera.

Hay otro momento en el que el campo irrumpe por fandangos. Un rato después de la puesta de sol, ya prácticamente entre dos luces, aún se siguen oyendo las últimas voces del día, como si todas las horas de luz no hubieran sido suficientes. Desde el interior de un bosquejo repoblado de chopos blancos, un cuco lanza su última retahíla, su llamada esconde una trampa, su canto resuena desde la distancia, pero en realidad, el pájaro aun estando muy cerca suena muy lejos (el cuco siempre engaña a quienes le escuchan). 

Siguiendo por fandangos, desde un seto entretejido de zarzas y maleza, un mirlo negro de pico amarillo sale volando al ras del suelo quejándose con potentes y escandalosos cacareos al paso de unas reses con cencerros de hojalata camino del establo. Mientras, desde un lugar impreciso de un pajonal, se escucha la llamada entrecortada de un grillo que suena con sordina; bajo, áspero y sin color, como si estuviera agotando la cuerda que le dieron durante el verano.

Ya es noche cerrada, no se ve nada, todo es confusión y oscuridad, ha llegado la hora de los merodeadores nocturnos. Por el monte y pinares centenarios corren misteriosas llamadas, sombras y tenebrosidad. Comienza el principal concierto flamenco de la noche, esta vez por tarantos y alegrías. Desde un sardón gruñe la zorra en celo, retozan las liebres en la rastrojera, croan las ranas desde un regato erizado de carrizos y espadañas, ronronea un sapo corredor hundido casi por completo en el agua, maúlla el mochuelo en lo alto de un tocón, silba el alcaraván desde un pegujal, grita la coruja con su canto ululante y trémulo, relinchan las fantasmagóricas lechuzas y, desde su posadero nocturno, en lo profundo del monte agreste, aparece el gran duque como director de orquesta con la batuta levantada y su canto profundo y lúgubre. 

Sin embargo, tanto estruendo nocturno, no es más que el preludio del gran silencio invernal que está por venir, de las noches largas y la quietud de las heladas, de los días sobrios, de luz opaca y viento glaciar…

Flor de la Merendera pirenaica, “lirio de otoño”.

La Merendera pirenaica, también conocida en Navatejera como “lirio de otoño” o “campanita de campo”, florece a finales de septiembre principios de octubre, generalmente con las primeras lluvias otoñales y permanece florida hasta la próxima primavera, luego en verano las hojas desaparecen. 

Las flores, aunque suelen crecer en grupos, son solitarias. Tienen seis pétalos de color rosa-púrpura. El fruto es una cápsula con numerosas semillas que quedan a merced del viento o son arrastradas por el ganado, lo que favorece su dispersión. En el campo de Navatejera se la puede ver en el monte, en zonas pedregosas y umbrías y bajo encinas y otros arbustos, así como en praderíos.

Esta planta también se la conoce con el nombre común de “sementera”, pues su floración indica que es tiempo de sembrar las cosechas del año próximo. Hay que recordar que esta planta es tóxica, muy similar al azafrán silvestre.

Rosal silvestre con su fruto, el “escaramujo” o “tapaculos”. Mediados de octubre.

Majolinos y brunos, un auténtico manjar para las aves en otoño.

En la apariencia de los inicios otoñales todo parece igual, pero todo ha cambiado. En los días despejados, los cielos son más profundos, de un azul más intenso, como si los hubieran deshollinado. Las noches se enfrían antes y el aire se vuelve más fino. 

El cambio se nota. Ahora los arbustos están llenos de frutos rojos y violáceos: majolinos, brunos, moras, frambuesas, escaramujos y otros muchos brotan en el mejor momento, cuando las aves y el resto de animales silvestres necesitan acumular grasa para pasar el largo invierno, unos prefieren la pulpa del fruto, dulce y nutritiva, otros como los jilgueros prefieren las semillas, auténticos concentrados de energía. 

También los olores de la vegetación reseca del verano han dado paso a los aromas del otoño. La humedad del aire ha destapado los tarros de las esencias y ahora, con el aire más fino, los olores se propagan con más facilidad por el campo.

El otoño en el campo de Navatejera es sin duda un placer para los sentidos, una estación que invita a contemplar el paisaje antes de que el gélido viento invernal se lleve sus colores y el campo vuelva a palidecer.


 

El campo de Navatejera en agosto.

Una vista parcial del campo de Navatejera en agosto. Tierras de cereales recién cosechadas.


El campo de Navatejera en agosto.

Agosto es sinónimo de calor y bochorno, de días largos y cielos despejados, de sequedad y de muchas estridencias. Es el mes de los insectos terrestres, de chirridos y zumbidos. Solo hay que pasar un rato en alguno de los numerosos pinares que tiene Navatejera entre el estrépito de las chicharras, para comprender bien el sentido de la palabra “achicharrarse”.

En los jarales del monte de Navatejera y en los cerros cubiertos de tomillo y romero, entre las hojas pringosas de la vegetación, los insectos hacen su agosto. Un zumbido continuo emerge del suelo, son las abejas detrás de un botín que no pueden desaprovechar. Y mientras las abejas pecorean y recolectan polen y néctar, los abejarucos recolectan abejas para sus crías. Entre zumbidos de unos y silbidos de otros, una pega da la réplica con un penetrante cha - chac - chac, y desde la orilla de un regato de escorrentía, suena la melopea de un grillo de matorral.

Agosto es también tiempo de tormentas. En el cielo restallan tormentas sin agua, y el aire, igualmente seco, se carga de electricidad, y con ellas, pero también de la mano de algún irresponsable, llegarán los incendios forestales. Tal vez sea esta la verdadera canción del verano, una canción diabólica que siempre sigue los mismos pasos: crepitar del fuego, quejidos angustiosos de los árboles ardientes, voces de alarma y prisas, ruido de camiones y estruendo de hidroaviones de extinción volando a baja altura… Al final pasan las llamas y no queda nada, bueno, si queda algo, silencio en el aire y oscuridad en el suelo. Las dos caras de la misma moneda.

Pero incluso sin fuego, solamente con la calor de agosto, el campo suena a sequedad. Todo rechina aquí: chirrían las chicharras, zumban los abejorros, bordonean los moscardones, raspan las avispas, estridula una legión de saltamontes en las rastrojeras, restalla la hierba seca… Miremos, donde miremos, oigamos, donde oigamos, la canturria monótona de los insectos y el crujir de la vegetación al pisarla siempre está presente.

A tono con la temperatura, el campo está ahora recubierto de sonidos ásperos y resecos, de estridencias que arañan el oído y que transmiten la sensación de bochorno solo con oírlos. Solamente al anochecer, con la atmósfera algo más húmeda, los sonidos se amortiguan y las voces de los insectos parecen perder fuerza, salvo la llamada de los grillos que en la creciente oscuridad parecen aumentar. 

Con suerte, y si el cambio de clima lo permite, en este o en el próximo mes de septiembre, seguramente alguna tormenta descargará agua sobre unos pastos resecos de los que nacerá la primera hierba fresca en mucho tiempo.


Bandos de torcaces no dejan pasar la ocasión de llenar el buche con el grano esparcido por el suelo en una tierra de centeno recién cosechada.
 

Tierra de centeno recién cosechada con la paja aún por recoger. 

Rastrojeras en agosto.

El campo de Navatejera en junio-julio

 

Tierras de barbecho intercaladas con tierras de cereal recién cosechadas.

Avena recién cosechada. Julio 2024.

Tierra de centeno recién cosechada, julio 2024. Al fondo, tierras en su mayor parte de avena aun sin cosechar.

Campo de cereales, el bosque de perdices y codornices a punto de ser cosechados. Principios de julio. 

El Camino La Vallina de Navatejera en junio. Prácticamente oculto por la intensa proliferación de plantas silvestres, convirtiendo el camino en un mosaico de colores capaz de acallar la paleta del mejor pintor.

Otra vista del Camino La Vallina de Navatejera en junio.

El verano ya corre placentero por los campos de Navatejera, mecido por las hojas de los chopos que aún estornudan semillas blancas como copos de nieve.

Es difícil no sonreír mientras transitas por un camino repleto de flores blancas, amarillas, rosas y violetas, destacando entre todas ellas los delicados pétalos rojos de las amapolas y el púrpura de los cardos. Por si esto fuera poco, una brisa cálida trae consigo un aroma a tomillo y romero que embriaga los pulmones y ensancha el corazón de plácida alegría.

Por estas fechas la siega está próxima, y pocos animales sufren cambios tan drásticos como los habitantes de los sembrados tras el paso de las cosechadoras. En unos días, el bosque de las perdices y demás aves desaparecerá y el paisaje multicolor dará paso a un panorama agreste de pardos barbechos y amarillas rastrojeras. 

Las tierras de centeno y trigo, que ahora son un mundo espeso y cerrado, se convertirán de un día para otro en un espacio abierto y sin protección. Las codornices, perdices y demás aves que encontraron en estos cultivos un lugar seguro donde anidar, verán de súbito como sus nidos quedan expuestos a toda clase de peligros.

Sembrados en los campos de Navatejera, junio 2024.

Estas aves, que aún viven con el calendario antiguo, se acostumbraron a criar aquí cuando los cereales crecían más lentos y las labores de recolección empezaban más tarde, ahora sufren las prisas de los tiempos modernos. Estos cereales de crecimiento rápido y las cosechadoras modernas las han cogido desprevenidas, y han transformado sus vidas de la misma forma que un terremoto cambiaría la nuestra.

Pocos cambios hay en la naturaleza tan convulsa para los animales salvajes como la cosecha temprana de un campo de cereal. Las aves, sin previo aviso, son desahuciadas y vuelan lentas y remisas por los nidos que dejan atrás, y sin codornices, ni perdices, ni espigas, ni paja, el campo se queda triste.

Es el ciclo de la vida que el hombre sigue empeñado en jugar un destacado papel en el manejo del entorno.

Algunas plantas que crecen en junio y julio en los campos de Navatejera:


La botonera o “botón de oro”, también conocida como “tomillo botonero”.

La botonera es una planta muy resistente a la sequía. En el campo de Navatejera crece en lugares pedregosos, linderos de caminos, terrenos baldíos, desmontes y terraplenes. Florece en primavera y verano, y su floración es espectacular, ya que por cada tallo surge una flor de color amarillo.

El espliego silvestre.

El espliego silvestre crece en terrenos baldíos, lindes de sembrados y al lado de cunetas y caminos en forma de mata más o menos grande. Florece en primavera y verano con una corola azul violeta.

Aunque el espliego y lavanda pertenecen a una misma familia, tienen algunas diferencias. El espliego relaja la mente, o sea, es una planta relajante que además promueve la sensación de bienestar por sus compuestos químicos. Es eficaz como energizante contra el cansancio y decaimiento.

La centáurea.

La centáurea menor, también conocida en Navatejera como “hierba amarga”, crece en zonas secas y suelos pobres, al lado de caminos y claros del monte. Es una hierba de tallo erguido de hasta 50 centímetros con numerosas ramas. Florece en primavera y verano, y su flor de cinco pétalos de color rosado contiene concentraciones importantes de principios amargos, de ahí su nombre popular. 

Como casi todas las plantas amargas, se considera estimulante en las defensas naturales del organismo. En infusión, se utiliza para combatir la perdida de apetito. Muy útil también contra la alopecia, parásitos y la diarrea.

La hierba viborera o “lengua de vaca”, es una planta herbácea de un intenso color azul violeta. Crece en linderos, bordes de caminos y terrenos baldíos. Florece en los campos de Navatejera desde la primavera hasta pleno verano.

El cardón gigante en abril

El cardo gigante es una planta herbácea de hasta dos metros de altura. Crece al borde de caminos, barbechos y cultivos abandonados. La corola es de color violeta y comienza su floración en los campos de Navatejera en primavera, prolongándose durante el verano.

La margarita mayor o “margaritón”, es una planta herbácea de hasta un metro de altura, con una corola de pétalos blancos y centro amarillo. Florece en primavera y verano, formando corros más o menos grandes junto a caminos y carreteras.

Cardo borriquero.

¿Por qué el cardo borriquero tiene mala fama? ¿Por qué se dice de una persona que es un cardo borriquero cuando es gruñona, arisca y desagradable, incluso cuando es fea? ¿Es merecida la mala fama que tiene esta planta? Veamos:

El cardo borriquero es una planta que tradicionalmente ha resultado muy útil, tanto en medicina como complemento culinario. Se ha usado como estimulante, estomacal, antiséptico cutáneo, dermatitis, quemaduras, eczemas, heridas, llagas, entre otras aplicaciones medicinales. También ha tenido usos en la cocina. Los tallos tiernos se preparan en algunas zonas de nuestra provincia con espárragos, incluso las semillas proporcionan un aceite que se puede usar para cocinar. También las hojas peladas se cocinan como si fuera verdura y las raíces tiernas pueden hervirse y servirse con manteca, también el zumo fermentado de los tallos se usaba antaño para animar las fiestas y los carnavales. Además de todos esos usos, las semillas que produce son el alimento preferido de los jilgueros. Así que por muy mala imagen que tenga el cardo borriquero, al menos se le ha dado un uso medicinal y culinario, aparte de alimentar con sus semillas a muchas aves silvestres. ¿Es, pues, merecida su mala fama?

El cardo borriquero, también conocido en esta zona como “cardo burrero”, crece tanto en cultivos como en terrenos baldíos: cunetas, bordes de carreteras, lindes de caminos, escorrentías, etc. Florece de mayo a septiembre con una corola tubulosa de color rosa violáceo.

El Cardón.

El cardón, también conocido como “cardo de pastor”, es una planta herbácea que puede llegar alcanzar el metro y medio de altura, con un tallo espinoso, armado con aguijones. Las hojas verdes son dentadas y unidas en su base para recoger el agua de lluvia. Las flores de color rosa-lila aparecen en la cabeza espinosa con forma cónica y a cada espina o púa le corresponde una minúscula flor.

El cardón crece sobre suelos arcillosos, en cercanias de arroyos y torrenteras, prados frescos, etc. Las semillas que produce son un importante recurso alimenticio invernal para algunas aves, especialmente para los jilgueros.

El cardón, como casi todos los cardos, es diurético, sudorífico y depurativo. En tiempos pasados se utilizaron para cardar la lana. También se puede preparar infusiones con la raíz contra la artritis y maceradas con vino sirven para curar heridas.

El cardo de monte.

El cardo de monte, también conocido en Navatejera como “cardico de monte”, es una planta herbácea con hojas y ramas espinosas. Crece en sembrados, herbazales y lindes de caminos. Florece de mayo a agosto con flores de color amarillo. 

El cardico de monte es una planta comestible y muy sabrosa en guisos y ensaladas, incluso en sopas y revueltos. En medicina se utilizan las raíces como diuréticas (eliminación de agua) en insuficiencias renales. El látex que mana de la planta fresca se ha empleado para cuajar la leche. Asimismo, sus flores se han utilizado para adulterar el azafrán, de ahí su otro nombre popular “cardo azafranero”

Las semillas que produce El cardico de monte es una fuente importante de alimento para los jilgueros y otros pájaros, sobre todo en invierno, cuando otras plantas dejan de producir semillas.

El cardo amarillo

El cardo amarillo, también conocido como “el abrepuños”, es una planta herbácea de hasta 80 cm. de alta. Esta planta es endémica de la península ibérica, donde se distribuye por prácticamente todo el territorio. En Navatejera crece en lugares secos, terrenos pedregosos, bordes de caminos y carreteras, y en claros del monte entre matorral bajo.

El fruto de esta planta es una semilla blanquecina que se torna parda al madurar, muy apreciada por las aves, especialmente por los jilgueros.

El cardo amarillo florece y fructifica desde marzo-abril hasta octubre. En medicina se usa para úlceras estomacales, hemorroides y heridas diversas.


Las torcaces no desaprovechan la oportunidad de llenar el buche con el grano desperdigado por el suelo en las tierras recién cosechadas.