Ya sé que en los bosques de Canarias o en los montes andaluces las temperaturas no serán tan bajas, pero aquí, en Navatejera, la cencellada de la pasada semana ha dejado los árboles envueltos en una funda de hielo y escarcha, y casi nadie rebulle bajo sus copas, bastante tienen unos y otros con calentarse y buscar alimento, como para ir piando de aquí para allá.
Blancos amaneceres en los prados de Navatejera. |
El monte tiembla de frío bajo la cencellada invernal. |
Niebla y escarcha en los campos de Navatejera, algo inevitable en estos días de invierno. |
Una pareja de perdices al resguardo de la nevada. |
Carretera de La Lomba en dirección al Cementerio Municipal de Navatejera. Al fondo las montañas nevadas. |
Va llegando esta con lentitud, llegan primero minúsculas bolitas blancas y duras que juegan con las hierbas al caer, y ni siquiera llegan a cubrirlas, después el frío cesa, y en un ambiente templado, las nubes espesas van deshaciéndose, dejándose caer en copos grandes y perezosos que se acuestan suavemente sobre el campo, y lo va coloreando de blancura inmaculada.
Los que siguen a estos primeros copos ya tienen prisa por llegar, los que vienen detrás aceleran aún más el paso, hasta que por fin tanto se apresuran unos y otros que parece se persiguen, y en tal número vienen que apenas distingues a cuatro pasos de ti, no se oye más que el monótono ruido que ellos producen al caer, un ruido suave y apagado.
En esas noches interminables de hogar aislado, la tormenta de nieve te reconcentra más que nunca con tus sentimientos, siempre te acuerdas de los más necesitados, del mendigo que angustiado por la impotencia pasa la noche acurrucado bajo un portal, tal vez cerca de tu casa, de los niños desamparados que viven en los campamentos de refugiados, de los pobres que no tienen un techo donde poder cobijarse. En algunos pueblos todavía las mujeres en sus rosarios les dedican una oración.
Después de la nevada
Sale el sol después de que las nubes han exprimido su esencia e inquietas y ligeras se marchan. Las pegas con sus estentóreos y ásperos graznidos son las primeras en poner una nota discordante en la tranquila y limpia mañana. La magia flota en el aire, pero en el campo, los animales tienen que luchar para sobrevivir, empleando habilidades para ganar la batalla a la nieve invernal.
La nieve, que es un regalo de la naturaleza, es también azote de los animales salvajes. De la noche a la mañana el paisaje se transforma y la abundancia se convierte en escasez. Ya no hay moras negras, ni majolinos tiernos, ni escaramujos rojos, ni saltamontes, ni grillos, ni hormigas, ahora el gato montés, cazador implacable de conejos y lebratos, se dedica a perseguir ratones y a sorprender a las aves durante la noche entre las ramas de los árboles donde duermen.
Los roedores pueden mantenerse activos bajo la nieve, pero eso no impide que los detecte el finísimo oído del cárabo o la vista aguda de la dama blanca, su cara chata en forma de corazón actúa como una pantalla de radar que capta hasta los sonidos más insignificantes.
Durante el otoño, el relinchón estuvo ocupado almacenando bellotas en los huecos de los árboles, y ahora se alimenta de ellas, los restos que caen al suelo atrae a otros pájaros hambrientos, hay que pelear hasta por el bocado más insignificante. El ruidoso y poco sociable arrendajo, también se alimenta de las bellotas que almacenó durante el otoño, y de las que robó a otros animales.
Al zorro le trae sin cuidado la nevada, este estafador de altos vuelos, lo mismo se desayuna un lebratillo que con el mismo apetito y el mismo cinismo se come una perdiz, y si en sus correrías nocturnas no encuentra otros manjares, se hace filósofo y se contenta con roer bellotas desperdigadas por el suelo o desgranar algún fruto que no esté demasiado verde.
Las codornices, golondrinas y otras aves migratorias hace tiempo que remontaron el vuelo de regreso a sus tierras de origen, pero no todo el mundo puede echar a volar. Los animales nativos han protegido sus cuerpos de las inclemencias del tiempo, enriqueciendo el grosor y densidad de sus pieles y plumajes. Las perdices, bien emplumadas, baten el viento con bravura y defienden sus vidas con estrategia maravillosa, ahora buscan las laderas abrigadas del frío viento y de la nieve. Las liebres se encuentran en celo, hallándose en los linderos y caminos mechones de pelo arrancados de las escaramuzas entre los machos por aparearse con las hembras.
El corzo que tiró la cuerna a finales de noviembre, presenta ya a medio crecer la nueva cubierta de terciopelo, ahora su pelaje es más oscuro y busca las laderas orientadas al mediodía evitando en lo posible los umbrales. Para los animales grandes es difícil encontrar suficiente comida, ya no encuentran las hierbas verdes y tiernas de la primavera o el verano, ahora tienen que comer ramitas y cortezas. En el campo, las cortas hierbas están enterradas bajo la nieve, y los corzos intentan desenterrarlas, no es la forma más agradable de alimentarse, pero es lo que queda, así esperan repastando a templarse con los rayos del sol antes de ir a encamar.
Los estorninos cubren los prados por cientos planeando al unísono, como una serpentina estirada perfectamente coordinada. Las moñudas que llegaron del norte de Europa danzan suaves por el espacio con el rítmico batir de sus alas. Del mismo lugar de Europa llega la reina alada del monte, la dulce dama de los ojos de terciopelo, que encuentra en estos montes su hábitat ideal. En estos primeros días de invierno se puede ver a la silenciosa y sociable cigüeña avanzando con paso ceremonioso por los prados en busca de algún desperdicio con que reparar su nido, ahora encuentra alimento aquí durante todo el año y ya no necesita hacer los largos y agotadores viajes a África para invernar.
Las aves carniceras cortan el aire a su albedrío, cazando de vista como el gavilucho, flotando en el aire, aleteando frenéticamente mientras escudriña las tierras de labor que se abren bajo él.
Las inconfundibles avefrías o “moñudas”. Las avefrías se han asociado de siempre con la llegada de los temporales de frío, nieve y los hielos invernales. |
El campo ahora está blanco y nítido, los árboles se han dormido, y mientras no se desperecen y sacudan sus cabelleras no se divisan. Todo es blancura pura y limpia en el suelo, azul en el cielo y oro brillante en una atmósfera de cristal. Después de que el sol les alumbre varios días, las heladas de las frías madrugadas les hacen tersos, espejean en ellos el sol esculpiendo cristales de hielo de exquisita belleza.
Por la noche, desde el cielo más claro que de costumbre, la luna llena inunda el campo de luz azul helada, y el lobo que descendió aúlla de hambre, un lamento ronco y destemplado que no olvida jamás quien por primera vez lo haya escuchado. La noche entera parece gemir al unísono, ¡Uuuuh!… ¡Uuuuh! Es hora de volver a casa, de cerrar bien las puertas y encender la caldera.
En marzo, la coraza que impone el invierno sobre el paisaje empieza a desaparecer. Es un fin… o es un nuevo comienzo. La nieve que ha protegido las semillas durante la estación invernal se funde poco a poco, aportando agua para potenciar su crecimiento. Los animales y las plantas empiezan a percibir que los días se alargan y las temperaturas se suavizan, e instantáneamente comienza de nuevo el ciclo de la vida, la planificación familiar.
Posdata
A pesar del frío invernal, la naturaleza ha seguido nutriendo el campo; protegiéndolo con la nieve y la escarcha, regándolo con el deshielo y cargando los acuíferos para que no falte agua en verano. Este es el regalo del invierno para una nueva estación que comienza.
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