Después de la cosecha del cereal.

Pocos cambios hay en la naturaleza tan convulsos como la cosecha en un campo de cereal. De un momento para otro, lo que era un bosque impenetrable de espigas, oculto y umbrío, de repente se convierte en un descampado desnudo abrasado por el sol. Las codornices, perdices, alondras y demás aves esteparias que confiaron en la protección de un lugar sin apenas puntos de referencia que guiaran a los depredadores, ven, de súbito, como sus nidos quedan expuestos a todos los peligros.

La cosechadora en plena faena de recolección del cereal


Campos de cereal cosechados y recogida la paja a principios del mes de julio.

Cosechando el cereal a principios del mes de julio.

Las aves, que aún viven con el calendario antiguo, sufren ahora las prisas de los tiempos modernos. Estas deliciosas avecillas que llegaron a estas tierras con energías misteriosas en busca de un clima dulce y cosechas abundantes, se acostumbraron a criar aquí cuando los cereales crecían más lentos y las labores de la recolección empezaban más tarde. Los cereales de crecimiento rápido y las cosechadoras modernas las han cogido desprevenidas y la siega ha transformado sus vidas de la misma forma en que un terremoto cambiaría la nuestra.

Hembra de codorniz encubando.

Son estas aves auténticas supervivientes, y aun así, nos saludan y envían buenos mensajes; las codornices, por ejemplo (las pocas que aún quedan), anuncian la buena cosecha con su canto trisílabo ¡pas—pa—llás! ¡Pas—pa—llás!… ¡Buen—pan—hay! ¡Buen—pan—hay!

Pero las codornices no son las únicas que cantan desde los trigales, ajenas al eminente desahucio que se les viene en cima, a la luz dorada del atardecer, cuando la visión deja paso a la escucha, el campo se anima. En un terrón aislado de un barbecho, chirría un triguero con voz retorcida y aguda. Más adelante, desde una mata de robles, llaman las abubillas y arrullan las torcaces.

Una alondra común sobre una mata reclama la propiedad de su parcela.

Una alondra posada en una mata reclama sin cesar la propiedad de una parcela y desde un lindero, en la punta de un montón de piedras, una calandria hace un alto en el camino antes de entrar al nido para alimentar a sus hambrientos polluelos, asegurándose de que nadie la ve. 

Cerca, en una charca reducida a lodo por el estiaje, arranca el áspero coro de unas ranas. Y cuando el sol se empieza a esconder por el horizonte agreste, a esa hora en que la naturaleza empieza a adormecerse al asomar los primeros tintes de la noche, los maullidos de un mochuelo ¡juu-juu-juu!… ¡Ti — uuic! Armonizan con el canto de la codorniz, que anuncia una vez más la buena cosecha. ¡Buen pan hay! ¡Buen pan hay!

La calandria macho portando en su pico unos gusanos para alimentar a sus polluelos.



                                              
                                                                                      Mira este video corto de la codorniz.

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