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El torvisco en otoño

 

El torvisco, más conocido en Navatejera como “matagallinas”.
El torvisco, más conocido como “matagallinas”, es un arbusto que puede alcanzar los dos metros de altura, aunque aquí en Navatejera raramente sobrepasa del metro. Es una planta muy ramificada, con ramas largas y hojas con forma de punta de espada, todas dirigidas hacia arriba.

En el campo de Navatejera se le puede ver en los bordes de caminos y cunetas, entre aulagas y tomillos, y también en claros del monte. Desarrolla unas flores blancas al final del verano y durante el otoño, muy aromáticas pero irritantes.

Su fruto, como se puede apreciar en la fotografía, son pequeñas bayas carnosas, redondas y de color rojo anaranjado. Toda la planta es tóxica, su efecto purgante de la corteza y de las hojas es considerado venenoso, ya que puede producir ampollas en la piel tras un prolongado contacto con ella, sobre todo en niños pequeños. Los animales la ignoran y las aves creo que también, al menos yo no he visto ningún pájaro alimentarse de este fruto.

Antiguamente, después de varios días al sol, se hacían cuerdas con la corteza del tallo por su flexibilidad y resistencia, con lo que se lograba hacer nudos muy finos. También se empleaba para labores de cestería, las ramas se empleaban para atar los haces de hierba, así como para otras labores del campo. Igualmente, se utilizaba como insecticida natural para los gallineros en manojos colgados del techo para mantener a las gallinas y pollos a salvo de piojos.

Otra curiosidad de este pequeño arbusto es que sus ramas se empleaban como medio de pesca cuando los ríos y arroyos bajaban escasos de agua, sobre todo con el estiaje del verano. Su resina tóxica es tan potente, que deja el agua sin oxígeno en poco tiempo, un elemento fundamental para la supervivencia de los peces, por lo que echando algunos manojos de ramas, el agua se queda sin oxígeno. Al cavo de un par de horas solo hay que ir recogiendo los peces panza arriba y meterlos en la cesta. Esta forma de pescar se conoce como “entorviscar, y antiguamente se usaba mucho en los pueblos ribereños, donde a penas existía guardería, ya que este método de pesca estaba prohibido como lo está hoy día. También se empleaban las raíces con la misma finalidad; envenenar el agua.  

El torvisco en otoño con su fruto color rojo. Navatejera, noviembre 2025.
Otra de las curiosidades del torvisco es que sus hojas se utilizaban para teñir la lana y la seda de color amarillo. 
¿Que cosas más curiosas tienen algunas plantas, verdad? Así es la naturaleza, un mundo lleno de sorpresas.

Un apunte más: a excepción del fruto del majuelo (los majolinos) y el escaramujo del rosal silvestre, la mayoría de las plantas de campo con frutos redondos y de color rojo como el agracejo o la uva del diablo son tóxicos, por lo que si no conoces bien la planta, no debes manipularla ni llevarla a tu casa. Esta sugerencia es válida también para algunas flores y setas. 

El Agracejo.

El Agracejo, también conocido en Navatejera como “bonete de cura”.

El agracejo es una pequeña planta, bueno, más que una pequeña planta, podríamos decir que es un pequeño árbol que puede alcanzar los tres metros de altura. En Navatejera crece en claros del monte, en linderos y cunetas con buen drenaje. El fruto es una cápsula carnosa de color rosado que se vuelve roja al madurar. Se agrupa en racimos, con cuatro gajos que son los que contienen las semillas. Toda la planta es tóxica. El fruto contiene cafeína, pero no por ello son comestibles.

Antiguamente, con el fruto seco y pulverizado, se usaba como insecticida contra los ácaros y los piojos. El fruto aparece en otoño, en el mes de octubre, hasta bien entrado el invierno, una época en que las semillas junto con la pulpa del fruto son comidas por los pájaros que las dispersan para su propagación.

Toda la planta es venenosa para los seres humanos, también para los animales como las ovejas y cabras que la evitan. 

El fruto del agracejo en octubre.
 

"Lirios de otoño".

 El campo esconde secretos maravillosos que solamente aquellos dispuestos a aventurarse en la naturaleza pueden describir. Entre estos tesoros se encuentra una flor única y hermosa llamada «Quitameriendas», más conocida en Navatejera por “Lirios de otoño”, que en esta época adornan los campos de manera espectacular con su flor color violeta (rosa-lila).

La “Quitameriendas”, más conocida en Navatejera como “Lirio de otoño”.

Según avanza el mes de septiembre y las tardes se hacen más cortas, empiezan a brotar en nuestro campo una preciosa flor sin hojas ni tallo en forma de campanilla con seis pétalos color violeta, son los “Lirios de otoño”, más conocidos en el resto del país con el nombre popular de “Quitameriendas”. El origen de este curioso nombre se debe, según nuestros mayores, a que, antiguamente, los pastores y trabajadores del campo se regían por la luz del sol e incluían la comida del mediodía y la merienda en la jornada laboral. Así, según se iban haciendo las tardes más cortas, la jornada laboral también se acortaba y se tendía a eliminar una de las dos comidas, generalmente la merienda, de esta manera solo se incluía en el salario la comida del mediodía.

El “Lirio de otoño” o “Azafrán silvestre”, que también se la conoce con ese nombre, es una planta mala y buena a la vez. Mala porque toda ella es veneno. El ganado no la quiere, los pastores la maldicen y las abejas la evitan. En los prados donde tiene su hábitat preferido quita pasto y quita vida. Mala también porque florece cuando los días se acortan y las labores del campo se recogen antes. Pero también es buena, aunque cueste admitirlo. Buena porque es de las primeras en cicatrizar la tierra calcinada tras un incendio, vistiéndola de un color rosa lila donde antes solo había cenizas. Buena porque en los días cortos de septiembre y octubre abre su copa a los insectos polinizadores que aún buscan néctar. Buena porque recuerda que la naturaleza se defiende con sus propios trucos; cuando todo parece muerto, ella florece. Así son los “Lirios de otoño”: un aviso y un consuelo, un veneno y un bálsamo, un calendario que nos dice que ahora la luz se apaga antes, pero que todavía queda belleza en los prados oscuros.

Es, pues, en estos días de finales del verano y durante el otoño cuando tenemos el privilegio de disfrutar de la presencia de esta bonita florecilla, teniendo en cuenta que en esta época empieza a ser difícil ver otras flores en nuestro campo. Es por ello que su presencia nos alegra tanto a los senderistas y amantes de la naturaleza. Su aparición es un regalo efímero, ya que florece en su máximo esplendor a finales del verano hasta mediados de otoño, proporcionando en algunos lugares un contraste asombroso con el entorno.

Encontrar “Lirios de otoño” en su hábitat natural es una experiencia única. Esta flor prospera en nuestra Vega de Navatejera. Se la puede ver formando corros en “Los Mancebos”, en algunos prados entre la Presa de San Isidro y la Presa Vieja y en la “Vegazana”, también en terrenos baldíos y lindes de caminos, pero en menor cantidad. 


Lirios de otoño en Navatejera. 

Los senderistas que se aventuren en esta época del año, se verán recompensados con la visión de esta hermosa flor formando corros más o menos grandes. Su belleza efímera, crea un ambiente mágico que te dejará con recuerdos inolvidables. 

¡Anímate a realizar rutas de senderismo este otoño y disfruta de la visión de esta flor silvestre y de la espectacular transformación del campo!

Lirios de otoño

Lavándula, el tomillo de campo en primavera.

Lavándula, “el tomillo”. Navatejera, mayo 2025.

Lavándula es otra de las plantas que cada primavera tiñe el campo de Navatejera de un color morado bellísimo, al tiempo que desprende un olor que no se encuentra tan fácilmente en otros lugares, especialmente después de recibir unas gotas de agua de lluvia.

Lavándula, llamada comúnmente “tomillo” es un arbusto ramoso, muy aromático, sin embargo, está mal considerado, pues es indicativo de suelos pobres, poco productivos. Las flores de lavándula están apiñadas en forma cilíndrica de color púrpura rematada por un penacho color púrpura rosáceo que realza de forma espectacular el campo en primavera.

Lavándula en plena floración. Navatejera, junio 2025.

La flor de lavándula en forma cilíndrica es de color púrpura azulado, el penacho es de color púrpura rosáceo y el tallo morado en espiga.

Como nota curiosa, el penacho color púrpura rosáceo sirve para atraer a los insectos polinizadores. ¿Qué cosas más ingeniosas crean las plantas para reproducirse? ¿Verdad? Un manjar la miel de tomillo. Las propiedades de la miel de tomillo son infinitas: tiene poder digestivo, antiséptico, antibacteriano y tonificante, ayuda a disminuir la acidez de estómago y problemas procedentes de malas digestiones como gases, etc. Es muy indicada por su poder tonificante, ya que aporta una dosis de energía extra para combatir los síntomas de fatiga o cansancio… Es de aspecto visual muy claro, de un color dorado pajizo y de sabor intenso. 
En la antigua Grecia, la miel de tomillo estaba asociada con la fuerza y la valentía, por lo que se consideraba un regalo para los soldados.


Lavándula, una de las plantas más representativas del campo de Navatejera. Mayo 2025

La floración de lavándula comienza a principios de primavera en abril y su momento más álgido se da en el mes de mayo, luego empieza a bajar de intensidad hasta bien entrado el verano. Crece en terrenos baldíos, bordes de caminos y en espacios abiertos del monte entre robles y escobas. 

Lavándula forma una mata muy ramificada que puede alcanzar los ochenta centímetros de altura. Las flores, con el tallo morado en espiga, están dispuestas en forma cilíndrica y apiñadas unas con otras, cambiando de un color púrpura (rojo-violáceo) a un púrpura azulado, dependiendo de la intensidad de la luz y de otros factores como temperatura ambiente, época, etc. Los frutos de esta planta son pequeñas bolitas negras, como las pepitas de los kiwis. Toda la planta despide un agradable y penetrante olor alcanforado.

Lavándula principios de junio. Navatejera 2025

Mata de lavándula. Navatejera, principios de junio 2025

Lavándula entre matas de robles y encinas. Navatejera, mayo 2025.


Ladera repleta de “tomillos”. Navatejera, junio 2025.

Si alguna vez te encuentras con el “tomillo” en el campo, no dejes de recordar sus múltiples propiedades, aunque esté mal considerado por algunos.

La azurea

La azurea o “lengua de vaca”. Navatejera, mayo 2025.

Estamos a finales de primavera, la mejor época para ver en plena floración a la azurea, más conocida en esta tierra por “lengua de vaca”, una planta poco atractiva, pero muy interesante en cuanto a sus propiedades.

Sus flores de cinco pétalos son como de terciopelo de un color azul eléctrico bellísimo. Las hojas son de color verde con forma de lengua de vaca, de ahí su nombre popular. Toda la planta está cubierta de pelos y puede llegar a alcanzar el metro y medio de altura.

Como curiosidad, las flores contienen una gota minúscula de néctar que se extrae quitando toda la corola y apretando con cuidado en su base. Recuerdo que de niño era para nosotros una golosina chupando directamente la flor, de ahí su otro nombre popular “chupamieles”. También se decía que consumir sus flores quitaba la melancolía y el aburrimiento debido a su efecto excitante sobre el sistema nervioso.

La floración de la azurea comienza en el campo de Navatejera en mayo, prolongándose hasta julio-agosto, dependiendo de la climatología. Se la puede encontrar en los bordes de caminos y terrenos baldíos bien drenados y húmedos.

El valor nutritivo de esta planta es inmenso. Los tallos se pueden comer, sin embargo, es necesario pelarlos antes debido a los pelos que los cubren. Es una planta rica en calorías y ácidos grasos, contiene grandes cantidades de cinc, hierro y vitamina B. Además es considerada una planta con propiedades antianémicas y estimulante de las defensas, muy recomendada para casos agudos de diarrea.

En fin, todo un prodigio de planta. Si te encuentras con ella no dejes de recordar todas estas propiedades y alguna más. El néctar es muy rico, de un sabor dulce y agradable al paladar. Deberías probarlo.



 

La retama (escoba). Campo de Navatejera, mayo 2025

En el mes de mayo, y sobre todo junio y julio, el campo se tiñe de color amarillo con el esplendor de la retama que, junto con el tomillo, la aulaga y la romerina es otra de las plantas autóctonas más representativas del campo de Navatejera.

Espectacular floración primaveral de la retama. Navatejera, mayo 2025.

La retama, más conocida en Navatejera por “escoba” o “escoba de flor amarilla”, es un arbusto ramificado que puede alcanzar fácilmente los dos metros de altura. Florece de mayo a julio y después de la floración sus ramas se quedan verdes el resto del año. 

La floración de la retama es muy espectacular, de un color oro bellísimo. Su fruto se encuentra dentro de una vaina de color verde con pelos a lo largo de la costura, de unos dos o tres centímetros de larga, pero a medida que madura se vuelve marrón oscuro. El fruto son cinco o seis semillas aplanadas, de color pardo.

La retama es una planta que en la mayoría de los casos pasa desapercibida, pues estamos tan acostumbrados a verla por carreteras y autopistas, que no nos paramos a pensar en todas sus cualidades.

La retama en plena floración. Navatejera mayo 2025

 Sabíamos que se usaba para hacer escobas, para barrer patios y cuadras de ganados (de ahí su nombre popular), para hacer cuerdas con la corteza de sus ramas, como reemplazo de los techos de paja en pallozas y majadas, también como combustible de hornos y como cama para el ganado… La retama tiene tantos usos que es una planta muy, pero que muy beneficiosa, no solamente como ornamento, sino también como remedio natural para la salud y para el medio ambiente.

¿Sabías que esta planta se utiliza para la recuperación de suelos degradados, por la capacidad que tiene para fijar en el suelo el nitrógeno de la atmósfera? También se utiliza para la estabilización de taludes, por eso es frecuente encontrarla en las márgenes de carreteras y autopistas.

Si tienes problemas de riñón, diabetes, caída de cabello, hemorroides o quieres adelgazar… esta es tu planta, sin olvidar que la miel de la retama combate muy eficazmente dolencias de garganta como inflamación, faringitis, laringitis, etc.

Además de todo eso, la retama simboliza el cambio y la transformación. Sus bellas flores amarillas representan un emblema de felicidad, optimismo y renovación.

La retama y el tomillo, dos de las plantas más representativas del campo de Navatejera. Mayo 2025

El tomillo en plena floración. Navatejera, mayo 2025

La exaltación del colorido de la retama, junto con el tomillo, la aulaga, la romerina y cien plantas más, hace que ni el pintor ni el músico, ni tan siquiera el poeta, sepan expresar la gran belleza que nos ofrecen cada primavera estas plantas autóctonas del campo de Navatejera.
 

Primavera en el campo de Navatejera. Mayo 2025

Las amapolas relucen y avasallan la vista con sus delicados pétalos color escarlata. Navatejera, mayo 2025

Los tomillos deslumbran con el morado violeta de sus flores. Navatejera, mayo 2025

El tomillo es otra de las plantas más representativas del campo de Navatejera. Sin embargo, está mal considerado, pues es indicativo de suelos pobres poco productivos. La flor del tomillo crece en espiga con forma cilíndrica rematada con un penacho de color morado que realza de forma espectacular nuestro campo en primavera.

El tomillo es una planta aromática, toda la planta desprende un olor fuerte y agradable, especialmente después de recibir unas gotas de lluvia. Es además una planta de gran atracción para los insectos polinizadores. Un manjar la miel de tomillo.

Los aliagares de Navatejera

 

 Floración de un aliagar en abril. Navatejera 2024.

Ya es primavera en los campos de Navatejera, la estación del renacimiento de la naturaleza: aumento de las temperaturas, el deshielo, la floración de las plantas, el despertar de los animales, el regreso de las especies migratorias, el crecimiento de los sembrados… en otras palabras, la renovación de la vida animal y vegetal.

En este mes de abril comienza la floración de alguna de las especies de plantas más representativas de nuestro campo, de entre todas ellas destaca la aulaga, más conocida en esta tierra por “aliaga”. Esta planta tan llamativa prolifera en nuestro campo formando corros (aliagares) fuertes y vigorosos, protegiendo el suelo estéril tanto del calor abrasador del verano como de las fuertes heladas de invierno.

Es sin ninguna duda una de las plantas más familiares que nos podemos encontrar en el campo de Navatejera, aunque no de las más estimadas. Ella en principio tampoco se hace mucho de querer. Algo deforme y tremendamente pinchuda, forma corros intransitables que te deshacen la piel de las piernas, las espinas son como punzones rectos y fuertes que te atraviesan el pantalón por muy recio que este sea. Eso lo saben bien los cazadores cuando tienen que adentrarse en estos corros detrás de perdices y liebres, refugio predilecto de estos animales.

La aliaga en plena floración.

Fuera del periodo de florescencia, siempre aparece oscura, agresiva y triste, hasta que un día de principios de primavera estalla en una apoteósica e impresionante floración dorada. El sucio y viejo tono negruzco desaparece para dar paso a un espectacular amarillo bellísimo, cegador bajo el sol de abril y mayo. 

Las flores aparecen normalmente en grupos pequeños y cubren toda la planta en una densa masa compacta. El fruto es una legumbre como la de las judías, aplastada con los bordes más gruesos que se marcan perfectamente en la vaina. La fea y retorcida “aliaga” apegada siempre a terrenos pobres, se vuelve hermosa, se eleva sobre el paisaje y se adueña de la luz del cielo. La agresividad de las puntas afiladas se vuelve dulzura entre los suaves y delicados pétalos de sus flores.


Un aliagar de Navatejera en plena floración. Abril 2024.

Un aliagar antes y después de la floración. Su aspecto oscuro, agresivo y triste resulta poco llamativo para el paseante, pero beneficioso para el campo y los animales salvajes. Marzo 2025.

Cerros y laderas convertidas en aliagares. Marzo 2025.

Este “matojo” tan desagradable para la vista (fuera del tiempo de floración), es el mayor benefactor en la regeneración del campo de Navatejera casi desertizado por el excesivo pastoreo al que fue sometido no hace mucho tiempo. Antaño, estos cerros estaban pelados y tras las lluvias de primavera y otoño nacía un pasto de herbáceas, base nutritiva de los numerosos rebaños de ovejas. Tradicionalmente, los pastores la aborrecían, la quemaban para que el pastizal no se transformara en monte y se perdiera el pasto.

Antes de la mecanización de la agricultura, muchas laderas y cerros se labraban con mulas y arados romanos. Cuando los animales fueron escaseando y se dejaron de cultivar las estériles pendientes pedregosas, muchas de estas tierras se convirtieron en aliagares como los que muestro en estas fotografías, formando una alfombra inhóspita e intransitable para el caminante, pero regeneradora de la tierra como si se tratara de un paño balsámico y medicinal para la piel herida de un leproso.

Porque la “aliaga” querido lector tiene poderes extraordinarios: enriquece la tierra, toma el nitrógeno del aire y lo fija al suelo, por eso la “aliaga” no necesita terrenos abonados, el abono ya lo pone ella. La “aliaga” alimenta la tierra famélica, la previene de las fuertes heladas de invierno y del abrasador sol del verano, y lo que es aún más importante, la previene de la desertización y la acondiciona para futuras plantas. Luego ella se retira generosamente dejando el puesto a espliegos, escaramujos, majuelos, carrascas, robles, encinas… de otra manera estos cerros y laderas quedarían como el desierto de Tabernas en Almería, áridos donde los haya. Así de generosa es la “aliaga”.

Las agallas del rosal silvestre (Rosa canina).

 

Rosal silvestre (Rosa canina) en invierno, con algunas agallas colgando de las ramas desnudas del rosal. Navatejera, febrero 2024.

Agalla del rosal silvestre. Un día soleado de invierno en el campo de Navatejera. Los pinos del pueblo al fondo. Febrero 2024.

Voy a contaros una pequeña historia. Resulta que este invierno, paseando por el campo de Navatejera, intentando como en otras ocasiones eludir los ruidos que nos perturban a diario, buscando la relajación fuera de ese mundanal ruido, observo un herrerillo, un pequeño pájaro vistoso y muy sociable comiendo precisamente en una de estas agallas. Yo me dije, ¿qué demonios estará comiendo este pequeño herrerillo en esa cosa tan extraña que parece una bola de musgo?

Pues veréis, mis dudas se resolvieron nada más abrir una de estas agallas. En su interior había varias larvas o gusanos de color blanquecino que los herrerillos buscaban con frecuencia y entusiasmo. El rosal que yo estaba mirando se podía ver multitud de agallas colgando de las ramas desnudas del arbusto, unos cuerpos extraños como estropajos viejos y sucios, una especie de estructuras tumorales que en primavera se muestran con filamentos rojos y verdes, y que posteriormente en otoño-invierno, cuando empiezan a caer las hojas del rosal se vuelven amarronados y se asemejan a estropajos inutilizables totalmente sucios. El fin último de este cambio es camuflarse de los depredadores, principalmente de los pájaros, ya que al quedar el rosal sin hojas en otoño, estas agallas quedan al descubierto y, por tanto, fácil de localizar para los depredadores, aunque a decir verdad, este camuflaje de poco les sirve con los herrerillos que como quedó demostrado son pájaros muy listos.

Agalla del rosal silvestre con los filamentos rojos y verdes en primavera.

Estas agallas son estructuras tumorales producidas por la propia planta para defenderse del intruso parasitario, una avispa muy pequeña que en primavera deposita sus huevos en las yemas tiernas de las hojas de estos arbustos. El rosal reacciona a este extraño invasor, tratando de aislar la masa de huevos, proporcionando un refugio seguro contra los pájaros y otros depredadores, y posteriormente para las larvas que eclosionarán al cabo de una semana, comenzando de inmediato a alimentarse del tejido de las yemas de las hojas del rosal.

Lo que hace la planta en definitiva no es otra cosa que mediante estas agallas envolver y encapsular cada una de las larvas para darlas cobijo durante el frío invierno, prevenirlas de los depredadores, e incluso alimentarlas. Estas estructuras tumorales están formadas en su interior por cápsulas o departamentos independientes que contienen cada uno una larva.

Una vez abierta la agalla, se puede ver las larvas encapsuladas individualmente en diferentes departamentos. Navatejera, febrero 2024. 

Otra agalla abierta por la mitad con sus larvas al descubierto. Febrero 2024.

Agalla del rosal silvestre con apariencia de bola de musgo viejo, un perfecto camuflaje para los depredadores. Los pinos del pueblo de Navatejera al fondo. Febrero 2024.

Una vez finalizada la fase larval, el insecto se prepara para la siguiente fase de pupa (crisálida), para luego transformarse en insecto alado mediante un proceso muy complejo. Finalizada esta fase de pupa (crisálida), la avispa perfora con sus mandíbulas la madera que la envuelve y sale al exterior ya como insecto adulto, o sea, como avispa acta para reproducirse mediante el apareamiento y puesta de los huevos en primavera, aunque tiene muy difícil buscar pareja, ya que según los naturalistas, por cada cien hembras hay un solo macho.

Los insectos adultos comienzan a emerger de las agallas viejas a finales de mayo, y puede continuar la emergencia hasta el mes de agosto. Hay una sola generación por año.

La avispa hembra parasitaria del rosal silvestre, “Rhodites rosae”. Una pequeña avispa de no más de cinco milímetros de largo, con la cabeza, el tórax y las antenas de color negro, el abdomen y las patas de color amarillo rojizo, con dos alas transparentes ahumadas. El macho es de color negro y algo más pequeño.