Los beneficios del campo para la salud.

La Fontanilla de Navatejera. Un lugar para descansar después de un paseo por el campo.

 En agosto, el sol parece detenerse en el cielo para contemplarnos y la naturaleza se convierte en un refugio, un espejo que refleja quienes somos realmente, más allá de la ciudad, del ruido y de las prisas. En estos días cálidos de verano, cuando el aire huele a flores silvestres, tenemos la oportunidad de reconectar, de dejar que la vida fluya a través de nosotros como fluye el agua que sale de la fuente.

Hay algo sanador cuando sales al campo y el sol del atardecer acaricia tu rostro como un amigo al que no has visto en mucho tiempo. Hay algo sanador en tumbarte en un prado mirando las nubes deslizarse perezosas, mientras el zumbido de un insecto cercano te recuerda que la vida, en su simplicidad, es un milagro. Hay algo renovador sentarse junto a una fuente de agua clara y dejar que tus recuerdos fluyan como el agua que sale de ella. Hay algo beneficioso en estas experiencias tan propias del verano y que no encontramos en los meses fríos, cuando todo lo que nos rodea se recoge en sí mismo.

Vivimos en una sociedad que nos aleja cada vez más de lo esencial, que nos enreda en pantallas y horarios, en listas interminables de tareas, en agobios y prisas. Pero cuando caminamos por un sendero, cuando observamos cómo la brisa mece las flores silvestres que inundan de colores el campo, o cuando contemplamos el vuelo de un ave rapaz surcando los cielos, algo en nosotros se aquieta. La naturaleza nos enseña a pausar, a escuchar, a observar, a sentir… Nos recuerda que no necesitamos correr para llegar a ninguna parte, porque ya estamos en el único lugar que importa.

Un paseo por el campo en verano.

La naturaleza, en su inmensa bondad, tiene el poder de sanar. Cuando nos sentimos tristes, agotados o perdidos, ella nos acoge sin preguntarnos quién somos ni de donde venimos. Un paseo por el campo puede calmar la ansiedad que no conseguimos dejar en la ciudad. El sonido del viento entre los árboles puede disolver la tristeza que se aferra al pecho. El simple acto de observar una flor que cambia cada día, nos recuerda que la vida siempre encuentra la manera de seguir adelante.

Esta medicina que nos proporciona el campo no se vende en las farmacias, sin embargo, está al alcance de todos. Basta con sentarnos a la sombra de un árbol y dejar que el mundo natural nos envuelva. Disfruta, como yo de estos momentos, de estos regalos que el campo nos ofrece, si es posible antes de que la naturaleza guarde silencio durante el frío invierno.

Este verano y sobre todo el próximo otoño, te invito a salir, a que conozcas “La Fontanilla” de Navatejera, por ejemplo. No hace falta un plan perfecto, solo abre la puerta de tu casa, respira hondo y déjate llevar. Tal vez sea solo un paseo al amanecer, con el canto de los pájaros como único compañero. Tal vez sea un paseo al atardecer, para luego sentarse en el banco a los pies de la fuente y dejar que las nubes te cuenten historias, o si lo prefieres dejarte llevar por una buena lectura.

La naturaleza está ahí, esperándote con los brazos abiertos. Y en su abrazo encontrarás la paz, encontrarás un pedazo de ti que tal vez habías olvidado.

Hermosa vista desde el banco de “La Fontanilla” de Navatejera.


Paseos de verano por el campo de Navatejera. 🌞

Un paseo por el campo de Navatejera en verano es como una caricia que te hace sentir vivo. Es un lienzo vibrante, pintado de intensos y brillantes colores que despiertan el alma: el dorado del sol que se derrama al atardecer sobre los campos de cereales, el azul profundo del cielo al mediodía, los colores vibrantes de las plantas que bailan al compás del viento…

Cada fragancia, cada roce de calor, constituye una invitación a visitar el campo, a sumergir los pies en la hierba fresca del prado bajo la sombra de un árbol, a cerrar los ojos y permitir que el mundo se desplace a través de los sentidos: a percibir el aroma de las plantas, el canto de los pájaros, ese coro incesante que vibra en el aire, libre y salvaje, a respirar el aire puro y fresco de la montaña… 

Respira hondo, deja que esos olores y otros muchos se aferren en el ahora, deja que te recuerden, que tu corazón aún palpita, que este instante es tuyo y de nadie más.

Flores silvestres. Navatejera, verano 2025.

 
El campo de Navatejera en verano, tiene un perfume que no se olvida tan fácilmente, una fragancia que se cuela en lo más profundo de la memoria y allí se queda aguardando como un tesoro para cuando los días se tornen fríos y oscuros. Ese aroma de los pinos, mezclado con la fragancia del tomillo y el romero, es un recordatorio de que la vida del campo, en su esencia, es fluir, es cambio constante.

El calor del verano no es solo una sensación, es un compañero que se posa sobre los hombros como una manta ligera de algodón, te envuelve y te ralentiza, a veces pesa algo, sí, pero también enseña. Ese calor te pide pausa, te susurra, que no corras, que descanses, que refresques tu garganta con el agua clara de la fuente, que mires el cielo, tan azul que parece infinito, tan vasto que disuelve las preocupaciones en su inmensidad. Mira las flores silvestres que se alzan valientes bajo el sol abrasador, como si dijeran: “aquí estamos, brillando a pesar de todo”. Ese calor, esa luz, son un espejo de nuestra propia resiliencia. Cuando sientas que el invierno te enfría el alma, recuerda ese calor, esa chispa que llevas dentro, y deja que te abrigue.

La fuente de agua clara.

Estas pequeñas cosas, tan simples, pero profundas, son un refugio donde las preocupaciones se diluyen y solo queda la certeza de que estás vivo, respirando, sintiendo… Prueba a dar un paseo por el campo en verano, nada pierdes, pero todo cambia si dejas que resuenen en lo más profundo de tu ser. Así que vive esta hermosa estación con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto para sentirlo todo. Deja que el azul del cielo te envuelva, que los colores de las plantas te fascinen, que los olores te llenen. Toca la corteza rugosa de un pino centenario, siente su historia bajo tus dedos, y cuando el frío llegue, cuando los días se acorten, recuerda esos paseos de verano.

La centenera, bajo la inmensidad de un cielo azul celeste. Navatejera, verano 2025.

¡A cantar en nuestra Fiesta Patronal, que Navatejera florece también con versos! 🎤 🎶


¡Ay Navatejera mía!…


Navatejera en flor 🌹




(CORO) 🎶  

¡Ay Navatejera mía,
rincón del alma leonesa!
Donde el sol besa la piedra
y el aire huele a nobleza.
¡Bailaz, mozos, que la tierra
se alegra con la promesa!

(SOLISTA) 🎤

En mi calle hay alegría,
en tus balcones, canciones,
y en cada paso del pueblo
resuenan viejos timones.

Tu campana no da horas,
da recuerdos y aguardiente,
y en la plaza, cuando bailas,
hasta el viento va de frente.

(CORO) 🎶

¡Ay Navatejera mía,
orgullo de los leones!
Donde el vino se comparte
y se encienden los corazones.
¡tocad gaitas y tambor,
que despierten los rincones!

(SOLISTA) 🎤

Las mozas llevan pañuelo,
los mozos, buen corazón,
y en la misa y en la jota
se vive con devoción.

Que no hay pueblo más valiente,
más florido ni sincero,
¡que viva Navatejera,
mi tesoro verdadero!

 (CORO Y SOLISTA) 🎶🎤

¡Ay Navatejera hermosa,
bandera del alma mía!
Que sí me alejo algún día,
¡que el alma se me partía!
¡Por ti bailo y por ti canto,
con jota, con alegría! 💃 🕺

¡Y que viva la fiesta! 🥁 🎷 😂

"¡Buen pan hay!, ¡buen pan hay!"...


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Pas— pa- llás, pas— pa- llás…

Un paseo por el campo de Navatejera en julio para ver animales es casi como un recorrido a ciegas. Con el oído percibimos la presencia de las aves, los anfibios y los insectos, pero todos ellos, y no digamos los conejos y las liebres, tienen una frustrante resistencia a dejarse ver, y eso es precisamente lo que sucede durante los primeros días de julio, vemos el paisaje y escuchamos la actividad de la fauna, pero nada más.

Los campos de centeno y trigo, el monte de hayas y robles, y los pinos centenarios, suenan al caer de una tarde de verano. En el suelo, entre los tallos espigados del cereal, entre las gramíneas, no se ve a nadie, pero por ahí ajea alguna perdiz, rebullen los grillos, las abejas y los saltamontes. En las copas de los árboles, ahora frondosos, cantan invisibles abubillas, trigueros y currucas, entre otra gente emplumada.

Hacia poniente, la luz de la tarde es rojiza y cálida, tanto que los pinos parecen teñidos de rojo y las nubes, a contraluz, parecen tintadas. Pero si giramos la vista hacia el este, los colores del cielo son azules, fríos; como fría es la luz de la luna que asoma tras las montañas. Sin embargo, a medida que se apaga la luz, el paisaje sonoro recibe un nuevo impulso. Un cuco señala que es la hora del cambio de guardia, justo cuando los mochuelos llaman desde lo más profundo del pinar y los grillos redoblan sus esfuerzos por hacerse oír.

Entretanto, ocultas entre las hierbas altas de los regatos y en las centeneras, tanto a la luz caliente del sol de la tarde como bajo el halo de la luna, las codornices, las poquísimas que aún llegan para anidar en estas tierras, anuncian la buena cosecha de este año con su triple nota melódica— ¡buen pan hay!, ¡buen pan hay!, parecen querer decir—. Aquí y allá, indiferentes a los insecticidas que exterminan su comida o las máquinas cosechadoras que en unos días les segarán su mundo oculto. Las codornices cantan desde el centeno, “¡buen pan hay!” … 


“¡Buen pan hay!, ¡buen pan hay!” …

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 La hora del cambio 

El cuco señala la hora del cambio de guardia.
  

El "¡balcón rebelde!". 1º Parte 🌸


“¡El balcón rebelde!”. 1º Parte

En la calle Gerardo Diego, al doblar la esquina,
vive un balcón que parece una selva vecina.
No hay leones, ni monos, ni un loro gritón,
pero sí, mil flores con jeta de campeón.

Las surfinias, chillonas, se asoman al mundo,
como si fueran reinas de un reino rotundo.
“¡Eh tú, peatón! ¡Mira qué melena!
Más que flores, parecemos la escena de una novela.”

El vecino de abajo, ya no ve la tele,
las flores le tapan hasta los papeles.
Y el del segundo, murmurando: “¡Qué horterada!”
Mientras envidia en secreto la jungla colgada.

Dicen que en verano hay tráfico lento,
la gente se para, ¡selfis al momento!
Hasta un gato intentó, cuál audaz trapecista,
subirse al balcón… y ahora es florista.

Y aunque el presidente de la comunidad
propuso podarlas por pura maldad,
las flores firmaron con gran indignación:
“¡Ni tijeras, ni poda, ni una hoja al montón!”

Así vive el balcón, con orgullo y descaro,
más florido que un desfile en pleno carnaval raro.
Y si alguna vez pasas por esa fachada,
¡no mires arriba… o acabarás enamorada!



El "balcón rebelde". 2º Parte. "¡Mira mi balcón!" 🌸

Un poema con tono satírico que se burla —con cariño— de esas exageraciones florales que parecen competir por el primer premio en el campeonato mundial de “¡Mira mi balcón!”


“¡El balcón rebelde!”,
 2º Parte. “¡Mira mi balcón!”

En la república libre de Balconópolis,
una dictadura floral ha tomado el control.
Las surfinias gobiernan con mano de helecho,
y ningún geranio se atreve a decir “¡pecho!”

La barandilla, antes libre y decente,
hoy es rehén de un vegetal insurgente.
Ni el cartero se atreve a asomarse a entregar:
“¡Lo siento, señor, el buzón ha florecido sin avisar!”

Allí no se cuelga la ropa al sol,
ni sabanas blancas ni calzoncillos de alcohol.
Solo cascadas de flores en tonos fucsia,
invadiendo el barrio como una causa injusta.

Los vecinos murmuran, algo inquietados:
“Esto ya no es un balcón… ¡Es un prado elevado!”
Y en las juntas vecinales, se habla en secreto
de lanzar pesticidas desde algún parapeto.

Pero el dueño —Don Manuel, sin más,
es un activista botánico de armas tomar.
“No me toquen ni un pétalo —grita feroz-
¡O declaro la guerra con abono atroz!”

Y así cada año, sin freno ni filtro,
el balcón se convierte en un bosque en conflicto.
Una sátira viva, colorida y salvaje,
que desafía al orden… ¡Y al tráfico en su calle!

¡Y que viva la alegría con pétalos y risas! 🌸😂 “¡Ja, ja, ja!”