La voz del campo de Navatejera en otoño. 🍂

Ya es otoño en los campos de Navatejera, ese largo descanso que se toman los árboles después de habernos brindado sombra y frescor durante el caluroso verano, regalándonos todo un largo festival de evolutiva coloración y la coreografía de las hojas al desprenderse de las ramas y caer al suelo hasta su desnudo total.

El presente otoño, aunque algo más lluvioso que el anterior, no puede ser más limpio y bonancible. Es un otoño de libro, el prototipo de otoño en esta zona de la geografía leonesa: lluvias abundantes en la primera quincena de octubre, luego cielos rasos al atardecer, heladas nocturnas suaves y un centro del día soleado y piadoso que permite pasear en mangas de camisa.

Completa esta estampa bucólica, la tranquilidad del tiempo de finales de octubre, sereno y fino, que posibilita a su vez escuchar de una ladera a otra el canto de las aves y percibir los aromas agradables de setas y hongos.

Otoño en el campo de Navatejera.

En efecto, me agrada el otoño, una época de grandes cambios en la naturaleza, sobre todo la espectacular transformación del campo de Navatejera, que como ya me conoce, parece querer darme la bienvenida con el nuevo atuendo otoñal pardo cobrizo, acompañado de los trinos y gorjeos de una alondra suspendida en el cielo aleteando frenéticamente, regando con su canto los sembrados como una lluvia fina de primavera.

Pero en estas tierras ásperas y desabrigadas, ahora sin espigas ni paja, no solo se oye el canto de la alondra, hay más gente emplumada que vive en estas tierras pardas. A la luz dorada del atardecer de un día de finales de octubre, el campo se anima por seguiriyas. Desde un terrón aislado de un barbecho chilla una calandria con voz retorcida reclamando la propiedad de una parcela, y desde un lindero, en lo alto de un mojón de piedras sueltas, reclama un triguero entrelazando su canto explosivo con los gorjeos de una tropilla de jilgueros que se alimenta en torno a unos cardos borriqueros al borde del camino.

Barbechos en los campos cerealistas de Navatejera en un atardecer dorado de octubre.

Con el frescor del crepúsculo, cuando los dorados rayos empiezan a ocultarse detrás del monte agreste, a esa hora en que la naturaleza empieza a adormecerse y la brisa olorosa y tibia se torna húmeda y seca, poco antes del parón obligado, toda la comunidad forestal se explaya por bulerías. Desde una encina añosa, dos arrendajos, incapaces de pasar desapercibidos, dedican la caída de la tarde a interminables regañinas con gritos y parloteos que solo concluyen cuando uno de ellos se da por vencido. Y desde un rodal de robles melojos, se oyen los últimos zureos de las torcaces entremezclados con los arrullos de algunas bravías antes de trasladarse a los dormideros. 

Ya con el sol en el ocaso, entre los terrones aristados de una tierra recién arada, se escuchan los últimos gorjeos de una terrera a punto de regresar a su área de invernada en África. Y desde la lejanía, se divisa la silueta de dos milanos reales flotando sobre las copas de los árboles más altos de un chopal, mientras aletean y silban agresivamente encaprichados por la misma copa, como si les fuera la vida en descansar sobre un determinado posadero. 

Entre tanto, los bulliciosos pardales van rellenando el atardecer dorado con ruidosas concentraciones para pasar la noche en torno a una higuera. Pero los gorriones y arrendajos, no son los únicos alborotadores de la tardecita, puestos hacer ruido, ni tordos ni urracas se quedan atrás. Todos los atardeceres, en una frondosa arboleda, cerca de las casas del pueblo, hay una batalla vocal de graznidos destemplados y ásperos por el derecho a posarse en una determinada rama. Y no será por falta de espacio… digo yo.

Más tarde, ya entre dos luces, a esa hora en que la vista da paso al oído, un graznido en lontananza dibuja el horizonte, media docena de pegas se despiden del día dirigiéndose a sus dormideros en la floresta colindante con el parque de Valdeiglesia. Mientras tanto, desde lo más profundo de un viejo pinar, se escucha el canto inconfundible del cárabo, dando la bienvenida a la creciente oscuridad con un ulular profundo y lastimero. Y desde un erial moteado de aulagas y tomillos, las pocas perdices que van quedando esparcen sus cloqueos para reunir el bando y emprender juntas el vuelo hacia un lugar seguro donde pasar la noche, tal vez entre los cavones de algún barbecho o las pajas de un rispión.

Contraste de luces y sombras en un atardecer dorado de octubre en el campo de Navatejera.

Hay otro momento en el que el campo irrumpe por fandangos. Un rato después de la puesta de sol, ya prácticamente entre dos luces, aún se siguen oyendo las últimas voces del día, como si todas las horas de luz no hubieran sido suficientes. Desde el interior de un bosquejo repoblado de chopos blancos, un cuco lanza su última retahíla, su llamada esconde una trampa, su canto resuena desde la distancia, pero en realidad, el pájaro aun estando muy cerca suena muy lejos (el cuco siempre engaña a quienes le escuchan). 

Siguiendo por fandangos, desde un seto entretejido de zarzas y maleza, un mirlo negro de pico amarillo sale volando al ras del suelo quejándose con potentes y escandalosos cacareos al paso de unas reses con cencerros de hojalata camino del establo. Mientras, desde un lugar impreciso de un pajonal, se escucha la llamada entrecortada de un grillo que suena con sordina; bajo, áspero y sin color, como si estuviera agotando la cuerda que le dieron durante el verano.

Ya es noche cerrada, no se ve nada, todo es confusión y oscuridad, ha llegado la hora de los merodeadores nocturnos. Por el monte y pinares centenarios corren misteriosas llamadas, sombras y tenebrosidad. Comienza el principal concierto flamenco de la noche, esta vez por tarantos y alegrías. Desde un sardón gruñe la zorra en celo, retozan las liebres en la rastrojera, croan las ranas desde un regato erizado de carrizos y espadañas, ronronea un sapo corredor hundido casi por completo en el agua, maúlla el mochuelo en lo alto de un tocón, silba el alcaraván desde un pegujal, grita la coruja con su canto ululante y trémulo, relinchan las fantasmagóricas lechuzas y, desde su posadero nocturno, en lo profundo del monte agreste, aparece el gran duque como director de orquesta con la batuta levantada y su canto profundo y lúgubre. 

Sin embargo, tanto estruendo nocturno, no es más que el preludio del gran silencio invernal que está por venir, de las noches largas y la quietud de las heladas, de los días sobrios, de luz opaca y viento glaciar…

Flor de la Merendera pirenaica, “lirio de otoño”.

La Merendera pirenaica, también conocida en Navatejera como “lirio de otoño” o “campanita de campo”, florece a finales de septiembre principios de octubre, generalmente con las primeras lluvias otoñales y permanece florida hasta la próxima primavera, luego en verano las hojas desaparecen. 

Las flores, aunque suelen crecer en grupos, son solitarias. Tienen seis pétalos de color rosa-púrpura. El fruto es una cápsula con numerosas semillas que quedan a merced del viento o son arrastradas por el ganado, lo que favorece su dispersión. En el campo de Navatejera se la puede ver en el monte, en zonas pedregosas y umbrías y bajo encinas y otros arbustos, así como en praderíos.

Esta planta también se la conoce con el nombre común de “sementera”, pues su floración indica que es tiempo de sembrar las cosechas del año próximo. Hay que recordar que esta planta es tóxica, muy similar al azafrán silvestre.

Rosal silvestre con su fruto, el “escaramujo” o “tapaculos”. Mediados de octubre.

Majolinos y brunos, un auténtico manjar para las aves en otoño.

En la apariencia de los inicios otoñales todo parece igual, pero todo ha cambiado. En los días despejados, los cielos son más profundos, de un azul más intenso, como si los hubieran deshollinado. Las noches se enfrían antes y el aire se vuelve más fino. 

El cambio se nota. Ahora los arbustos están llenos de frutos rojos y violáceos: majolinos, brunos, moras, frambuesas, escaramujos y otros muchos brotan en el mejor momento, cuando las aves y el resto de animales silvestres necesitan acumular grasa para pasar el largo invierno, unos prefieren la pulpa del fruto, dulce y nutritiva, otros como los jilgueros prefieren las semillas, auténticos concentrados de energía. 

También los olores de la vegetación reseca del verano han dado paso a los aromas del otoño. La humedad del aire ha destapado los tarros de las esencias y ahora, con el aire más fino, los olores se propagan con más facilidad por el campo.

El otoño en el campo de Navatejera es sin duda un placer para los sentidos, una estación que invita a contemplar el paisaje antes de que el gélido viento invernal se lleve sus colores y el campo vuelva a palidecer.


 

Cuidemos nuestro entorno natural.

Vertidos ilegales en el corazón mismo del campo de Navatejera.



Tomar nota, amigos, no todo lo que reluce en nuestro campo son rosas y claveles. Esto que podéis ver en el video es la firma del Homo sapiens sapiens, el llamado ser humano, el más inteligente de todos los seres que habitan este planeta, con su falta de respeto y consideración, no solo con la naturaleza, sino también con todos nosotros. Porque a nadie le gusta ver esta basura tirada en el suelo de su pueblo, en el corazón mismo del campo de Navatejera. Y para mayor escarnio, todos estos residuos repugnantes e indeseables, se hallan en un entorno natural mágico, rodeados de plantas silvestres, pinares centenarios, matas de robles y encinas plantadas por nuestros abuelos. ¡Qué vergüenza!

Estas atrocidades juega en decremento de nuestro pueblo y del magnífico panorama que ofrece su campo. Además, estas conductas incívicas produce un coste para las arcas municipales que pagamos todos con nuestros impuestos. Por eso, hoy más que nunca, hay que decir alto y claro, ¡Basta ya de arrojar basura a nuestro campo!

Según el consistorio municipal, se está trabajando de la mano del área del Seprona de la guardia Civil de León, intensificando los controles en las zonas más problemáticas como son los terrenos aledaños al cementerio Municipal, valle La Pardala y zonas próximas al polígono industrial. Desde el servicio de medioambiente y de este blog se solicita la colaboración ciudadana para denunciar estos vertidos ilegales y se recuerda que la ordenanza municipal recoge sanciones para los incumplidores.

El campo de Navatejera en agosto.

Una vista parcial del campo de Navatejera en agosto. Tierras de cereales recién cosechadas.


El campo de Navatejera en agosto.

Agosto es sinónimo de calor y bochorno, de días largos y cielos despejados, de sequedad y de muchas estridencias. Es el mes de los insectos terrestres, de chirridos y zumbidos. Solo hay que pasar un rato en alguno de los numerosos pinares que tiene Navatejera entre el estrépito de las chicharras, para comprender bien el sentido de la palabra “achicharrarse”.

En los jarales del monte de Navatejera y en los cerros cubiertos de tomillo y romero, entre las hojas pringosas de la vegetación, los insectos hacen su agosto. Un zumbido continuo emerge del suelo, son las abejas detrás de un botín que no pueden desaprovechar. Y mientras las abejas pecorean y recolectan polen y néctar, los abejarucos recolectan abejas para sus crías. Entre zumbidos de unos y silbidos de otros, una pega da la réplica con un penetrante cha - chac - chac, y desde la orilla de un regato de escorrentía, suena la melopea de un grillo de matorral.

Agosto es también tiempo de tormentas. En el cielo restallan tormentas sin agua, y el aire, igualmente seco, se carga de electricidad, y con ellas, pero también de la mano de algún irresponsable, llegarán los incendios forestales. Tal vez sea esta la verdadera canción del verano, una canción diabólica que siempre sigue los mismos pasos: crepitar del fuego, quejidos angustiosos de los árboles ardientes, voces de alarma y prisas, ruido de camiones y estruendo de hidroaviones de extinción volando a baja altura… Al final pasan las llamas y no queda nada, bueno, si queda algo, silencio en el aire y oscuridad en el suelo. Las dos caras de la misma moneda.

Pero incluso sin fuego, solamente con la calor de agosto, el campo suena a sequedad. Todo rechina aquí: chirrían las chicharras, zumban los abejorros, bordonean los moscardones, raspan las avispas, estridula una legión de saltamontes en las rastrojeras, restalla la hierba seca… Miremos, donde miremos, oigamos, donde oigamos, la canturria monótona de los insectos y el crujir de la vegetación al pisarla siempre está presente.

A tono con la temperatura, el campo está ahora recubierto de sonidos ásperos y resecos, de estridencias que arañan el oído y que transmiten la sensación de bochorno solo con oírlos. Solamente al anochecer, con la atmósfera algo más húmeda, los sonidos se amortiguan y las voces de los insectos parecen perder fuerza, salvo la llamada de los grillos que en la creciente oscuridad parecen aumentar. 

Con suerte, y si el cambio de clima lo permite, en este o en el próximo mes de septiembre, seguramente alguna tormenta descargará agua sobre unos pastos resecos de los que nacerá la primera hierba fresca en mucho tiempo.


Bandos de torcaces no dejan pasar la ocasión de llenar el buche con el grano esparcido por el suelo en una tierra de centeno recién cosechada.
 

Tierra de centeno recién cosechada con la paja aún por recoger. 

Rastrojeras en agosto.

El campo de Navatejera en junio-julio

 

Tierras de barbecho intercaladas con tierras de cereal recién cosechadas.

Avena recién cosechada. Julio 2024.

Tierra de centeno recién cosechada, julio 2024. Al fondo, tierras en su mayor parte de avena aun sin cosechar.

Campo de cereales, el bosque de perdices y codornices a punto de ser cosechados. Principios de julio. 

El Camino La Vallina de Navatejera en junio. Prácticamente oculto por la intensa proliferación de plantas silvestres, convirtiendo el camino en un mosaico de colores capaz de acallar la paleta del mejor pintor.

Otra vista del Camino La Vallina de Navatejera en junio.

El verano ya corre placentero por los campos de Navatejera, mecido por las hojas de los chopos que aún estornudan semillas blancas como copos de nieve.

Es difícil no sonreír mientras transitas por un camino repleto de flores blancas, amarillas, rosas y violetas, destacando entre todas ellas los delicados pétalos rojos de las amapolas y el púrpura de los cardos. Por si esto fuera poco, una brisa cálida trae consigo un aroma a tomillo y romero que embriaga los pulmones y ensancha el corazón de plácida alegría.

Por estas fechas la siega está próxima, y pocos animales sufren cambios tan drásticos como los habitantes de los sembrados tras el paso de las cosechadoras. En unos días, el bosque de las perdices y demás aves desaparecerá y el paisaje multicolor dará paso a un panorama agreste de pardos barbechos y amarillas rastrojeras. 

Las tierras de centeno y trigo, que ahora son un mundo espeso y cerrado, se convertirán de un día para otro en un espacio abierto y sin protección. Las codornices, perdices y demás aves que encontraron en estos cultivos un lugar seguro donde anidar, verán de súbito como sus nidos quedan expuestos a toda clase de peligros.

Sembrados en los campos de Navatejera, junio 2024.

Estas aves, que aún viven con el calendario antiguo, se acostumbraron a criar aquí cuando los cereales crecían más lentos y las labores de recolección empezaban más tarde, ahora sufren las prisas de los tiempos modernos. Estos cereales de crecimiento rápido y las cosechadoras modernas las han cogido desprevenidas, y han transformado sus vidas de la misma forma que un terremoto cambiaría la nuestra.

Pocos cambios hay en la naturaleza tan convulsa para los animales salvajes como la cosecha temprana de un campo de cereal. Las aves, sin previo aviso, son desahuciadas y vuelan lentas y remisas por los nidos que dejan atrás, y sin codornices, ni perdices, ni espigas, ni paja, el campo se queda triste.

Es el ciclo de la vida que el hombre sigue empeñado en jugar un destacado papel en el manejo del entorno.

Algunas plantas que crecen en junio y julio en los campos de Navatejera:


La botonera o “botón de oro”, también conocida como “tomillo botonero”.

La botonera es una planta muy resistente a la sequía. En el campo de Navatejera crece en lugares pedregosos, linderos de caminos, terrenos baldíos, desmontes y terraplenes. Florece en primavera y verano, y su floración es espectacular, ya que por cada tallo surge una flor de color amarillo.

El espliego silvestre.

El espliego silvestre crece en terrenos baldíos, lindes de sembrados y al lado de cunetas y caminos en forma de mata más o menos grande. Florece en primavera y verano con una corola azul violeta.

Aunque el espliego y lavanda pertenecen a una misma familia, tienen algunas diferencias. El espliego relaja la mente, o sea, es una planta relajante que además promueve la sensación de bienestar por sus compuestos químicos. Es eficaz como energizante contra el cansancio y decaimiento.

La centáurea.

La centáurea menor, también conocida en Navatejera como “hierba amarga”, crece en zonas secas y suelos pobres, al lado de caminos y claros del monte. Es una hierba de tallo erguido de hasta 50 centímetros con numerosas ramas. Florece en primavera y verano, y su flor de cinco pétalos de color rosado contiene concentraciones importantes de principios amargos, de ahí su nombre popular. 

Como casi todas las plantas amargas, se considera estimulante en las defensas naturales del organismo. En infusión, se utiliza para combatir la perdida de apetito. Muy útil también contra la alopecia, parásitos y la diarrea.

La hierba viborera o “lengua de vaca”, es una planta herbácea de un intenso color azul violeta. Crece en linderos, bordes de caminos y terrenos baldíos. Florece en los campos de Navatejera desde la primavera hasta pleno verano.

El cardo gigante es una planta herbácea de hasta dos metros de altura. Crece al borde de caminos, barbechos y cultivos abandonados. La corola es de color violeta y comienza su floración en los campos de Navatejera en primavera, prolongándose durante el verano.

La margarita mayor o “margaritón”, es una planta herbácea de hasta un metro de altura, con una corola de pétalos blancos y centro amarillo. Florece en primavera y verano, formando corros más o menos grandes junto a caminos y carreteras.

Cardo borriquero.

¿Por qué el cardo borriquero tiene mala fama? ¿Por qué se dice de una persona que es un cardo borriquero cuando es gruñona, arisca y desagradable, incluso cuando es fea? ¿Es merecida la mala fama que tiene esta planta? Veamos:

El cardo borriquero es una planta que tradicionalmente ha resultado muy útil, tanto en medicina como complemento culinario. Se ha usado como estimulante, estomacal, antiséptico cutáneo, dermatitis, quemaduras, eczemas, heridas, llagas, entre otras aplicaciones medicinales. También ha tenido usos en la cocina. Los tallos tiernos se preparan en algunas zonas de nuestra provincia con espárragos, incluso las semillas proporcionan un aceite que se puede usar para cocinar. También las hojas peladas se cocinan como si fuera verdura y las raíces tiernas pueden hervirse y servirse con manteca, también el zumo fermentado de los tallos se usaba antaño para animar las fiestas y los carnavales. Además de todos esos usos, las semillas que produce son el alimento preferido de los jilgueros. Así que por muy mala imagen que tenga el cardo borriquero, al menos se le ha dado un uso medicinal y culinario, aparte de alimentar con sus semillas a muchas aves silvestres. ¿Es, pues, merecida su mala fama?

El cardo borriquero, también conocido en esta zona como “cardo burrero”, crece tanto en cultivos como en terrenos baldíos: cunetas, bordes de carreteras, lindes de caminos, escorrentías, etc. Florece de mayo a septiembre con una corola tubulosa de color rosa violáceo.

El Cardón.

El cardón, también conocido como “cardo de pastor”, es una planta herbácea que puede llegar alcanzar el metro y medio de altura, con un tallo espinoso, armado con aguijones. Las hojas verdes son dentadas y unidas en su base para recoger el agua de lluvia. Las flores de color rosa-lila aparecen en la cabeza espinosa con forma cónica y a cada espina o púa le corresponde una minúscula flor.

El cardón crece sobre suelos arcillosos, en cercanias de arroyos y torrenteras, prados frescos, etc. Las semillas que produce son un importante recurso alimenticio invernal para algunas aves, especialmente para los jilgueros.

El cardón, como casi todos los cardos, es diurético, sudorífico y depurativo. En tiempos pasados se utilizaron para cardar la lana. También se puede preparar infusiones con la raíz contra la artritis y maceradas con vino sirven para curar heridas.

El cardo de monte.

El cardo de monte, también conocido en Navatejera como “cardico de monte”, es una planta herbácea con hojas y ramas espinosas. Crece en sembrados, herbazales y lindes de caminos. Florece de mayo a agosto con flores de color amarillo. 

El cardico de monte es una planta comestible y muy sabrosa en guisos y ensaladas, incluso en sopas y revueltos. En medicina se utilizan las raíces como diuréticas (eliminación de agua) en insuficiencias renales. El látex que mana de la planta fresca se ha empleado para cuajar la leche. Asimismo, sus flores se han utilizado para adulterar el azafrán, de ahí su otro nombre popular “cardo azafranero”

Las semillas que produce El cardico de monte es una fuente importante de alimento para los jilgueros y otros pájaros, sobre todo en invierno, cuando otras plantas dejan de producir semillas.

El cardo amarillo

El cardo amarillo, también conocido como “el abrepuños”, es una planta herbácea de hasta 80 cm. de alta. Esta planta es endémica de la península ibérica, donde se distribuye por prácticamente todo el territorio. En Navatejera crece en lugares secos, terrenos pedregosos, bordes de caminos y carreteras, y en claros del monte entre matorral bajo.

El fruto de esta planta es una semilla blanquecina que se torna parda al madurar, muy apreciada por las aves, especialmente por los jilgueros.

El cardo amarillo florece y fructifica desde marzo-abril hasta octubre. En medicina se usa para úlceras estomacales, hemorroides y heridas diversas.


Las torcaces no desaprovechan la oportunidad de llenar el buche con el grano desperdigado por el suelo en las tierras recién cosechadas.

Campo de Navatejera en mayo, (El Camino La Vallina).

Las tierras por las que atraviesa El Camino La Vallina de Navatejera son tierras mayoritariamente de cultivos labradas entre suaves laderas y salpicadas por matas de robles y encinas, así como por cerros poblados de aulagas espinosas y terrenos baldíos donde crecen a su libre albedrío diferentes plantas silvestres, y como tales, quizás sean en parte responsables del carácter recio y parco de sus gentes, pero como todas las tierras, también tiene sus encantos, una belleza que hay que descubrir desde una mirada diferente a la que estamos acostumbrados.

Tierras en las que los aromas que se perciben de la paja húmeda y caliente tras una tormenta de verano se quedan atrapados para siempre en tu mente. Tierras que te regalan en primavera los colores de la roja amapola entre los verdes trigales, en verano las doradas rastrojeras recién cosechadas, en otoño lienzos naturales de belleza insólita de tonos cobrizos, ocres y bermejos, y en invierno… cuando el frío viento se ha llevado los últimos colores del otoño y ya ni las ranas croan ni cantan los grillos, la escarcha de las frías madrugadas llenan de brillantes destellos el campo, parece como si al caminar la magia flotara en el aire.

Tierras que hay que recorrer a pie y aprender a amar. Tierras con un pasado y tierras con un presente que luchan por alcanzar un futuro incierto al que también nosotros, aunque solo sea como senderistas que difunden sus encantos, podemos contribuir.


Una vista parcial de la Vallina de Navatejera desde “El camino La Vallina”. Mayo 2024.

Esta topografía ondulante, interrumpida por matas de robles y encinas, sobresale por la generosidad de sus paisajes que varían constantemente con sus verdes campos en primavera, dorados en verano, ocres en otoño y blancos en invierno. Tierra espléndida en colores donde los pardos barbechos y las doradas rastrojeras del verano contrastan con la verde frescura y la alegre vegetación de primavera.

El camino “La Vallina” de Navatejera comienza su andadura en la intersección con el camino "La Fontanilla", unos doscientos metros a la derecha, antes de llegar a la fuente, y finaliza a la altura del Cementerio Municipal, aproximadamente seis kilómetros de recorrido entre ida y vuelta. 

Recomendable para dar un breve paseo por el campo, experimentar un ambiente acogedor, respirar aire puro y fresco de la montaña, recrear la vista con los colores de las flores y el olfato con los aromas de las plantas silvestres, o avistar aves rapaces en vuelo de observación. En definitiva, para liberar nuestra mente del estrés cotidiano y de la rutina diaria a la vez que ejercitamos nuestras piernas entumecidas por el sedentarismo propio de nuestros días.
 
Una vista panorámica de La Vallina de Navatejera. Mayo 2024.

Escobas y tomillos se entremezclan con otras plantas menudas como el romero o las margaritas, conformando un manto vegetal multicolor capaz de acallar la paleta del mejor pintor.



El tomillar.

Los tomillares, con su intensa tonalidad violeta y aroma de bienestar mediterráneo, es una de las plantas más representativas de nuestro campo. Estos días de mediados de mayo está irrumpiendo con fuerza su floración debido a las abundantes lluvias caídas y al aumento de las temperaturas.

Las aulagas en plena floración. Vista desde El camino “La Vallina”. Mayo 2024.


Las amapolas destacan por su característico tono rojo escarlata que a partir de mediados de mayo empiezan a expandirse con fuerza entre los trigales junto con otras plantas.

Si algo tiene de singular la primavera, es el milagro que obra cada año el despertar de la naturaleza para vestir los campos de un color y una luz especial. En Navatejera, el campo experimenta una auténtica explosión en torno a los colores como el rojo escarlata de las amapolas, rompiendo los trigales antes de que las espigas estén listas para ser cosechadas, el color púrpura violáceo de los tomillares, el amarillo del añil, o el blanco de la rabaniza, por citar algunos.

Primavera en Navatejera.

En este mes de mayo, el camino La Vallina se hace acompañar por numerosas plantas silvestres y sembrados en todo su recorrido.

El camino La Vallina transcurre entre el arroyo Valdecisneros y el arroyo La Huerga, y serpentea por tierras de cultivos, barbechos, cerros, pinares y suaves laderas salpicadas de matas de robles y encinas centenarias. 

En sus orillas, una sinfonía de coloridas flores silvestres acompañan y alegran la vista del senderista en todo su trayecto.

 Vista parcial de la Vallina desde el camino.


La herradurina.

La “herradurina” es una pequeña y delicada planta herbácea de flor amarilla que crece en nuestro campo, entre herbazales y terrenos baldíos. Tiene la consideración de maleza, por eso se la considera una planta humilde, pero está claro que da mucho para lo poco que recibe, y eso la hace grande y encantadora. Su floración álgida se da en el mes de mayo y perdura todo el verano, además, es una fiel acompañante del camino.


La Rabaniza.

La “Rabaniza” con sus pétalos blancos en forma de cruz, es otra acompañante más del camino, incluso en invierno.

“La Roseta”.

Otra planta que está entre mis favoritas cada primavera es la “La Roseta”. Es una pequeña planta herbácea que crece en nuestro campo junto a caminos y pastizales. Su floración comienza a partir del mes de mayo y dura hasta bien entrado el verano.

“La roseta”, también conocida como “clavel silvestre”, es comestible de gusto amargo. Sus flores amarillas, hojas y tallo se utilizan en algunos lugares como condimento de ensaladas, caldos y fritos, y por supuesto también como planta de decoración.

“El lino azul silvestre”.

El lino azul, también conocido como “linaza”, es otra de mis favoritas. En nuestro campo asoma muy tímidamente, siempre en segunda línea, pero si caminas con atención es imposible que pasen desapercibidas sus flores, ya que a veces cogen cierta altura, como si quisieran llamar la atención para mostrarnos sus encantadoras flores. 

Es una planta herbácea con una corola de cinco pétalos de color azul. Crece de forma silvestre durante los meses de mayo, junio y julio, y lo hace entre matorral bajo y terrenos baldíos, bien soleados y con buen drenaje. Esta planta es utilizada como planta ornamental gracias a su bella flor y fácil germinación.


Las gramíneas en comunidad con otras plantas.

Las gramíneas siguen avanzando por los campos de Navatejera, atrayendo la luz y dejándose mecer suavemente por el viento. Siempre creciendo junto a otras plantas de tonos amarillos, blancos, rojos o violetas, realzando su belleza y convirtiéndose en sus fieles compañeras.

“La hierba palo”

“La hierba palo” es una gramínea muy común de ver en las márgenes de caminos y campos abandonados de Navatejera, a menudo formando extensas comunidades con otras plantas como margaritas, claveles y amapolas. Su floración está muy ramificada con varias ramas que salen del mismo punto, cada rama soporta muchas y pequeñas espiguillas que cuelgan un poco.

La Azulina

La “Azulina” es una planta herbácea de poca altura y siempre creciendo entre tomillares y cascajo producido por escorrentía, pero situada en primera línea, sin esconderse, para capturar bien la luz… y tu mirada.

Comienza su floración en mayo con una preciosa corola en forma de rueda y cinco pétalos de color azul.

La Jara Blanca.

La Jara Blanca, más conocida con el sobrenombre de “romerina blanca”, ha sido de siempre una de mis plantas preferidas y una de las más representativas de nuestra flora. Es una planta que se caracteriza por el aromático olor a resina que desprende y por la forma de crecer, formando a veces corros compactos que en ocasiones llegan a cubrir gran parte del terreno.

Su corola tiene cinco pétalos de color blanco y una cápsula central amarilla que la da un aspecto muy parecido a las margaritas y que produce gran cantidad de polen que atraen a muchos insectos como las abejas que producen miel de jara.

Esta planta crece y prolifera en ambientes típicos de encinas, pinares y robledales como el nuestro.

La Romerina Blanca en su ambiente.


Existen otras muchas plantas que proliferan este mes de mayo en nuestro campo, pero sería imposible por no decir imposible identificar a todas, incluso por un experto.

Rastrojeras en verano.

Contraste de luces y sombras en otoño.

La magia del invierno.

Una Bacopa en mi balcón. 🌺🪴

La bacopa una semana después de ser plantada, 18 de mayo 2024.

Este año he decidido plantar en la maceta que tengo en la terraza una bacopa. ¿Por qué esta planta? Pues porque es una planta de exterior muy bonita, con flores pequeñas, pero abundantes, capaz de alegrar cualquier rincón de una casa con una floración de color rosa y centro amarillo. Además, es una planta que al crecer resulta muy decorativa al dejar caer sus largos tallos floridos a modo de una maravillosa cascada.

Para los que tengáis macetas grandes, queda muy bonito combinando varios ejemplares de diferentes colores dentro de una misma maceta, por ejemplo: una blanca, otra rosa y otra azul. Si el clima viene cálido, esta planta puede florecer todo el año, aunque su momento álgido de floración se da en los meses de junio y julio.

Detalle de la flor.

La flor de la bacopa tiene cinco pétalos con un rosetón en el centro de color amarillo. El follaje está compuesto de pequeñas hojas acorazonadas de un color verde con el borde dentado.

Esta planta donde mejor se encuentra y donde más se potencia su crecimiento es en una ubicación al aire libre, a ser posible que la del sol por la mañana y por la tarde la sombra, sobre todo en los meses de verano, que los rayos solares son más intensos. El invierno, como a la gran mayoría de las plantas de exteriores, no le gusta mucho, no resiste bien las heladas, por lo que si la tenemos en la terraza al descubierto, lo mejor es buscarla un lugar cálido dentro de la vivienda hasta la llegada de temperaturas más agradables.

La bacopa necesita buen sustrato y drenaje, no le sienta bien los riegos excesivos que produzcan encharcamiento, ya que es una planta muy sensible al exceso de agua y provocaríamos fácilmente la asfixia de la planta. Lo ideal es mantener el sustrato ligeramente húmedo sin dejar que se seque, pues parará el crecimiento y perderá el verdor del follaje.

Esta planta la podemos fertilizar, por ejemplo, una vez cada tres semanas con un abono líquido para plantas, mezclándolo con la misma agua de riego y nunca directamente en las flores o en el follaje, ya que la podríamos quemar. También se puede fertilizar mediante un fertilizante de liberación lenta, una especie de pastilla granulada que se introduce en el sustrato de la misma planta y dura hasta el invierno. Así es como fertilizo yo las plantas.

Producto líquido para la eliminación de los pulgones.

La Bacopa no es una planta propensa a la agresión de insectos como pueden ser las surfinias. Sin embargo, con temperaturas altas puede recibir el ataque de los pulgones que se suelen agrupar sobre los nuevos brotes chupando la savia. Si esto ocurre, será necesario pulverizar la planta con productos específicos para su eliminación.

Estos productos específicos para plantas de exterior son muy efectivos. Generalmente, se disuelven en agua, en un envase pulverizante a razón de 1 centímetro cúbico por cada litro de agua. Luego se rocía la planta un par de veces por semana, a ser posible solamente por el envés de los tallos y hojas hasta que los pulgones desaparezcan.

Lo más importante para el mantenimiento de la planta es estar atentos a la presencia de insectos nocivos, especialmente en verano con temperaturas altas. No podemos descuidarnos hasta ver las flores marchitas y las hojas mustias con un aspecto apagado y deslucido. En cuanto aparezcan estos bichitos verdes, debemos de actuar de inmediato, porque si nos descuidamos unos días, puede llegar a ser difícil volver a recuperar el brillo que tuvo la planta antes del ataque.

Esta planta no necesita podarla, tan solo los tallos en caso de que comiencen a crecer de forma descontrolada con vistas a dar a la planta el aspecto que queramos que tenga. A mí me gusta que quede en forma de cascada como ya dije anteriormente, o sea, que los tallos que cuelgan con sus flores tapen la maceta y que queden todos a la misma altura. Además de esto, es recomendable retirar las flores que estén marchitas o estropeadas.

Todas estas recomendaciones son válidas para el resto de plantas de exteriores que tengáis pensado poner en vuestra terraza.